martes, 20 de marzo de 2012

El priolo

Serra da Tronqueira, São Miguel, Azores. Amanece sereno en el convento de São Francisco. Afuera, el campanario de Vila Franca do Campo repica con rabia.

Hoy es mi segundo intento de avistar al priolo. El objetivo no es fácil: quedan tan solo 775 ejemplares en libertad, y ayer no vi ni un atisbo. Se trata de la segunda especie de ave más rara de Europa, y está clasificada como críticamente amenazada de extinción. Pero antes me doy un paseo por la vertiginosa y aislada Faial da Terra:

Abajo en la costa, sobre los guijarros, un precioso macho de lavandera cascadeña (Motacilla cinerea) en plumaje estival salvaguarda su territorio.

Pero me espera el priolo o Camachuelo de las Azores (Pyrrhula murina) y no me quiero distraer demasiado. Sigo la indicación de mis notas bajadas de internet: en la carretera que va de Povoaçao a Nordeste, tomar un camino a mano izquierda, en el km 7, que indica “Serra da Tronqueira, área del priolo”. A 2,8 km, a la derecha, hay una especie de claro en el bosque. Mirar y buscar por los árboles de tamaño mediano. Este es el lugar más probable para ver al ave.

Al llegar al claro se me enciende una luz al ver un coche parado, con la ventanilla bajada y...un potente teleobjetivo apuntando hacia el exterior. Quienquiera que fuera, sólo podía estar haciendo una cosa: fotografiar al priolo. Dirijo los prismáticos hacia donde apuntaba su lente, y, dicho y hecho, allí estaba, una media docena de priolos alimentándose tranquilamente de bayas. Lo primero que me sorprende es su menor tamaño comparado con el de su primo continental, nuestro camachuelo común. Lo segundo (aunque eso ya lo sabía) los machos carecen del vientre rosa tan característico de nuestras aves. No logré ninguna foto digna de poner aquí, pero había conseguido mi objetivo.

Cargado de optimismo y satisfacción, sigo por el camino y desciendo hasta Nordeste, una población costera con carácter fuerte, rebosante de azaleas y hortensias.

El pico de Vara, el más alto de la isla (1.100 m) queda cerca, y las vistas desde él son espectaculares. Es curioso, Madeira, Azores, Santo Antao de Cabo Verde... en todas las tierras lusas abundan los miradores vertiginosos. Quizás es por esto que se ven tantos recordatorios en las carreteras.

Prosigo mi tour por la costa norte de la isla, hasta llegar a Maia y Porto Fermoso. Aquí el mar es más bravo, hace más viento y el ambiente es menos acogedor. Solo Maia conserva un cierto encanto, con sus calles que dan al océano y sus casas encaladas.

Camino de vuelta a mi celda en Vila Franca do Campo, cojo la carretera del interior que sube hasta Lagoa de Fogo, una preciosa laguna en medio de un cráter, rodeada de vegetación exuberante. La verdad es que toda la isla rebosa verdura.

Al llegar a mi pueblo base, me acerco un momento a la playa para contemplar el atardecer. Los guijarros están cubiertos de una densa capa verde, como si la naturaleza los hubiera forrado minuciosamente.

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