Mindelo, I. Sāo Vicente, Cabo Verde
Hoy decido alquilar un coche, algo que todavía tenía pendiente en este país. Me acerco a la oficina local ubicada en el primer piso del sobrado azul de Praça Dom Luis. La señora dice que se acuerda de mi: hace dos años, por carnaval, alquilamos un coche con unos amigos. Les queda un solo vehículo, un Jimmy. Le dice a su hijo que soy “un cliente habitual” y que me trate bien. Y sí, salgo contento, con un precio total para tres días de 90€, un 25% menos de lo oficial.
Contento de mi deal, me recorro la pequeña isla de Sāo Vicente. Comienzo por el pequeño pueblo de Salamansa, en la costa norte de la isla. La canción de Cesária Evora “minhinas de Salamansa” me viene a la cabeza... Hace mucho viento. Al llegar y acercarme a un chiringuito surfero en la playa, me quedo clavado en la arena. Ups...pensaba que estaba más dura. Por suerte en el chiringo hay un par de surfistas tomando algo, y con la ayuda de la patrona, una chica polaca, muy enrollada, me ayudan a salir del apuro.
Mi próxima parada es Bahía das Gatas, célebre por su festival de música veraniego. La mayoría de las carreteras de Cabo Verde siguen adoquinadas, tal como las construyeron los esclavos hace un par de siglos. Espero que sigan así mucho tiempo pues dan al país un aire fuera de este mundo.
En Bahía das Gatas reina la calma. Cuesta creer que aquí, en verano y durante tres días, tiene lugar uno de los festivales musicales más famosos de toda Africa.
Hace unos años el gobierno construyó una carretera por la parte noreste de la isla. Esta sí está asfaltada. Las vistas aquí son impresionantes. Siempre hace viento aquí arriba. No me puedo imaginar esta costa calmada.
En la pequeña población costera de Calhau, donde vive el músico Vasco Martins, me encuentro con el campo de fútbol local. Toda una maravilla como sacada de un cuento, con la isla de Santa Lucía, deshabitada, de fondo.
De vuelta a Mindelo me encuentro con paisajes dignos de grandes fotos.
Ya en Mindelo subo a uno de los montículos desde donde se divisa la ciudad y su famosa Praia Laginha.
Una vez en el centro, el sol se está poniendo y los antiguos edificios coloreados portugueses resaltan con la luz vespertina.
Me dirijo al hotel. Aparco el coche y me siento en uno de los bancos de Praça Nova. La gente pasea felizmente, los jóvenes patinan y los niños se me acercan para que les tire unas fotos. Qué pena que hayamos perdido toda esta naturalidad en nuestra sociedad que, por alguna extraña razón, llamamos avanzada.
El meu gran inspirador i amic Xavi! Continua deleitant-nos amb aquests reportatges fotogràfics! Gràcies a tu em vaig enamorar de Cabo Verde
ResponderEliminarEs un país meravellós. Aviat toca tornar-hi! Et desitjo el millor en el teu gran periple.
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