miércoles, 1 de enero de 2014

Fin de año en Mindelo


Mindelo, I. Sāo Vicente, Cabo Verde

En el último día del año, día se Dan Silvestre,  Mindelo celebra desde siempre una carrera popular. Es la ocasión para los atletas amateurs de la ciudad de salir a correr e intentar ganar la admiración de su gente. La competición comienza en el puerto a las 17h y los participantes recorren las calles principales de la ciudad animados por sus amigos y familiares, y seguidos de las cámaras de TV.


La meta está situada en la Rúa de Lisboa, frente al mercado municipal. Allí les espera la prensa y una muchedumbre. Fuera suena el boas festas de Luis Morais a todo trapo.







En la calle uno se encuentra con sus cantantes favoritos. Saludo y deseo un buen año a Mayra Andrade y Zizi Vaz, dos de mis voces preferidas.

Anochece y me voy a la Praça Dom Luis, frente a la marina. Allí hay un gran sobrado de color azul, el edificio que más me gusta de la ciudad, y que aprovecho para fotografiar con las luces del último anochecer del año.





Y una vez más, otro año se nos va. Para unos un año a borrar, para otros un año a recordar, y para muchos, simplemente, uno más.

Aquí en Mindelo, esta es una noche muy celebrada, yo creo que mucho más que en otras partes del mundo. Hoy el mindelense normalmente cena en casa, en familia. Los turistas lo hacen en los hoteles o en algún restaurante. Al acabar de comer todo el mundo se va hacia el puerto, donde tiene lugar a las 12 en punto, un espectáculo pirotécnico de alta calidad. Desde luego el más importante del país, y uno de los más célebres de Africa.


Eso sí, no dura más de 15 minutos. Al terminar, los más animados se pegan el primer baño del año, iluminados por bengalas rojas.

A partir de este momento la calle se abarrota. No cabe ni un alfiler. Todos se abrazan y se desean un feliz año. Se respira mucha alegría, fiesta y bailoteo, en medio de un ambiente sano y respetuoso. Además, esta noche, en la Rua de Lisboa, actúa una de las bandas más populares entre la juventud: Casav. 

A eso de las 3 me retiro al hotel. Desgraciadamente allí también sigue la fiesta. Me encierro en la habitación y me coloco los tapones de oreja que reducen un poco el volumen de la música. Pero los decibelios y los graves están tan por las nubes que los cristales retumban, los visillos se mueven y las ondas expansivas atraviesan mi cuerpo como si fuera una masa de gelatina. A pesar de todo, caigo rendido en 5 minutos.

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