sábado, 28 de enero de 2012

Camino de Djarbrava

Brava, Cabo Verde. Mi ida a la isla de Brava, Djarbrava como la llaman aquí, comienza a las 10 de la mañana, en Sal. Toe, el taxista de siempre, primo del luthier de Mindelo que me fabricó el cavaquinho hace dos años, me viene a recoger al hotel Odju d’Agua. Durante el trayecto charlamos acerca de Cordas do Sol, el grupo musical de moda de Cabo Verde, que, como él, es de Santo Antao Cordas do Sol

El aeropuerto internacional Amilcar Cabral de Sal es uno de los pocos lugares donde hay wifi gratis. Aprovecho para publicar mi post. Quién sabe cuándo será la próxima vez.

El avión para Praia parte exactamente a la hora. ¡Cómo cambian los tiempos! Recuerdo mi primera vez en Cabo Verde, en 2001, cuando ir a otra isla requería todo un día, entre retrasos y esperas, y, por supuesto, la pérdida de la maleta. En aquella ocasión, mi maleta siempre viajó una isla por detrás de mí.



La conexión a Fogo también ha sido digna de Swissair: al minuto. Como podría muy bien haber dicho algún popular político caboverdiano: “Cabo Verde va bien”.

Una vez en Fogo, en São Filipo, dispongo de 5 horas hasta que salga el ferry de Brava. Dejo la maleta en un restaurante y aprovecho para comer un buen atún fresco con patatas fritas y arroz, frente al infinito océano Atlántico.

Mientras empino el brazo para tomar el primer sorbo de cerveza, miro al mar lejano y veo algo raro que no atino a adivinar qué es: está plagado de dunas negras pequeñas. Agarro rápidamente los prismáticos y admirado, me doy cuenta que son miles de delfines saltando. Al acabar, aprovecho para dar una vuelta por São Filipe, un lugar que conserva todo el encanto colonial portugués, una tranquilidad infinita y una bondad fácilmente perceptible.



Tras probar el fantástico vino de Fogo, un tinto que se asemeja más a un jarabe que a otra cosa, pero que tiene un sabor volcánico inigualable, conozco a Amadeus, un caboverdiano de Brava que vive en Luxemburgo. Aparte de francés, inglés, griego, árabe y indio, habla español porque también ha vivido en Madrid.

Y hasta aquí la puntualidad caboverdiana: el ferry que tenía que salir a las 20:30 h lleva dos horas de retraso y aún no hemos zarpado. Pero bueno, en su interior suena la música local y la gente sigue riendo y de buen humor, como si el retraso fuera un regalo más que un problema. ¡Y menudo ferry! Realmente el país ha progresado, y mucho.

Y ahora paro porque finalmente hemos zarpado y esto se mueve tanto que no atino a teclear bien. 
Mañana más.

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