viernes, 6 de abril de 2012

Spitsbergen


Longyearbyen, Svalbard, Noruega. En el muelle de Longyearbyen, la tripulación del rompehielos ruso, el Professor Molchanov, está ultimando los preparativos para nuestra expedición a la Tierra de Francisco José. Mientras tanto mi hermano y yo nos dedicamos a disfrutar de las pocas actividades que ofrece el lugar. Paseito por aquí, paseito por allá. La verdad es que pronto se nos acaba el repertorio. 

Una de las ofertas es la visita en barco del fiordo vecino de Templefjorden. El barco parte por la mañana y nos alistamos el día anterior. Por suerte está haciendo unos días buenísimos, con cielos despejados y un sol que, aunque no calienta, es agradecido. El trayecto es espectacular, con paisajes nunca vistos antes por nuestros ojos que nos dejan atónitos. Al final del trayecto la tripulación nos ofrece un whisky con hielo sacado del glaciar. Una turistada inocente, como otra cualquiera. Durante el regreso se nos cruza un velero holandés, el Noorderlicht, que también saca a la gente a pasear por estas aguas.


En los acantilados del trayecto habitan enormes colonias de áraos de Brünnich, aves marinas que sólo se encuentran en el ártico, y que, para mi, representaban el primer avistamiento de la especie.

Por la tarde vamos a dar un paseo ilegal por las afueras de Longyearbyen. Sí, ilegal porque en Svalbard es obligatorio llevar rifle fuera de las poblaciones, y nosotros vamos sin. Y no por los bandidos, sino por los osos polares. Aquí hay más osos polares que seres humanos, y la ley local obliga llevar un rifle en las excursiones para defenderse de la bestia en caso de un posible ataque. Pero bueno, es verano y ahora la mayoría de los osos están en el interior, con la nieve. Nosotros vamos a ver pájaros, concretamente una pequeña colonia reproductora de charrán ártico cerca del pueblo.

A un págalo parásito parece no gustarle nuestra presencia y nos deleita con varios vuelos rasantes con intención de intimidarnos.

Al día siguiente probamos el kayac, en otro fiordo. Ideal para quedarse con agujetas el resto de la semana. El último día nos adentramos finalmente en la isla, esta vez sí acompañados por personal con rifle. Pero no nos recibe ningún oso polar, sino un encantador e inofensivo rebaño de renos.

A la vuelta, en mi habitación, me encuentro con kitti, la gaviota tridáctila que vive en la casa. Le doy un poco de pan y las buenas noches, que aquí son días.

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