Raiatea, Polinesia Francesa. A eso de las 5 de la tarde, una hora antes de que se ponga el sol, me acerco al pontón de la pensión. Los pontones, esos muelles de madera que se adentran unos metros en el lagon para amarrar temporalmente las barcas, son uno de mis lugares preferidos.
Hoy, una familia local disfruta del atardecer con sus niños, que no paran de corretear. Les tiro unas fotos, luego le pido al padre que me dé una dirección e-mail para enviárselas. Está encantado.
A eso de las 6 se pone el sol. Ahí va la "postalita" de turno.
En bien conocido que en los trópicos anochece muy deprisa. Al cabo de pocos minutos de ponerse el sol ya puedo hacer exposiciones de larga duración. En ellas se alisa el mar como si hubiera pasado una plancha mágica, un efecto que siempre me ha gustado de la fotografía penumbral.
Al cabo de un rato aparecen unos jóvenes que prueban sin éxito de pescar algún pez despistado.
Pronto desisten del intento, justo cuando empieza a aparecer un fenómeno astronómico excepcional en Europa pero prácticamente cotidiano en los trópicos: la luz zodiacal. Hoy, además, el espectáculo viene acompañado por la presencia del planeta Venus, cuyo brillo es tan intenso que se refleja en el lagon como si fuera la luna.
Se trata de una luz difusa que se extiende en forma de lenteja a lo largo del zodíaco. Se produce por el reflejo de la luz solar de millones y millones de partículas de polvo, piedras y rocas que todavía pululan por el disco del sistema solar, entre los planetas.
Algo más tarde, se divisa ya la Vía Láctea en todo su esplendor, otro de los espectáculos del hemisferio Sur e ideal de ver desde los pontones, normalmente apartados de las luces de las casas y los coches. Un buen punto final para este plácido atardecer.
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