sábado, 6 de octubre de 2012

Foa


Foa, Islas Ha'apai, Tonga. Tras arreglar la cuenta y charlar un rato con Winnie, la dueña la pensión en Nuku'alofa, un taxi me lleva al aeropuerto. Allí cojo el vuelo de FlyNiu que me lleva a la isla de Lifuka, en las Ha'apai, un maremagnum de islas y cayos situado al norte de Tongatapu, en medio del país. Durante esta semana visitaré Foa, Lifuka y Uoleva.

File:Haʻapai.gif

El comandante anuncia que habrá vistas preciosas desde la ventana. Yo ya me he agenciado un buen asiento, pero las "vistas preciosas" resultan ser de nubes. Solo al aproximarnos a las Ha'apai aparecen algunos islotes de aquellos de ensueño.

El avión aterriza en la isla de Lifuka. Soy uno de los pocos que se apea aquí, el resto del pasaje sigue hasta Vava'u, al norte del país. Afuera hay un tipo con aspecto germánico que tiene toda la pinta de estar esperándome. Es Jürgen, el alemán que regenta el hotel Sandy Beach en la vecina isla de Foa, donde me hospedaré los próximos dos días.

Cogemos el coche y nos dirigimos al norte de Lifuka hasta el puente que la une con Foa. Durante el trayecto Jürgen me informa de que solo hay otro cliente en el hotel, un señor alemán ¡vaya ambiente!

Al llegar me presenta a su mujer Sigi que me da instrucciones germánicas de los horarios, tarifas y normas del hotel. Algo así como La Constitución del Sandy Beach. Seguidamente me lleva a mi bungalow, el Tolu, me entrega las llaves y se va. Al poco noto como si me entrase una sensación de depresión: ¿qué hago yo en esta isla, solo, rodeado de alemanes, durante dos días?

Decido dar un paseo por la playa hasta la punta norte de la isla donde hay un estrecho que la separa de la siguiente, la pequeña Nukumanu. Allí veo dos lugareños practicando remo. La corriente es muy fuerte. Poco a poco voy recuperando el ánimo.

A última hora de la tarde la marea ha dejado una playa enorme frente a mi bungalow y el viento se ha calmado. Decido pegarme un baño, tranquilo. Mientras el agua turquesa acaricia mi piel me percato que una pareja de ballenas jorobadas merodean cerca de la orilla y, como para darme coraje, me obsequian con un par de saltos. Mi tristeza se desvanece de golpe.


Tras la obligada foto de la puesta de sol y la deseada ducha, espero tranquilamente la hora de cenar, las 19:00:00 h, puntualidad germánica. De camino al restaurante del hotel, la 
Vía Láctea y la Cruz del Sur hacen acto de presencia.

Ceno con el alemán, con música de Mozart de fondo. Un tipo curioso. A sus 50 y pico sigue corriendo maratones (lleva ya 22). Es profesor de gimnasia e inglés en Hannover. Ha estado viviendo una semana con una familia en la pequeña isla de Manono, en Samoa. ¡Qué casualidad!
Manono está en mis planes para este viaje. Así que aprovecho para informarme un poco.

Al acabar la cena, Jürgen nos propone ir al pueblo, Faleola, donde esta noche hay un festival benéfico para recoger dinero para la escuela. Mañana os explico.

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