El ambiente en la Plaza Motoi antes de las actuaciones no tiene precio. Los cantantes y bailarines deambulan por los alrededores para hacerse fotos con los familiares, relacionarse y, en definitiva, para dejarse ver. Los trajes, los tocados, las coronas de flores, todo está cuidadosamente elaborado hasta el último detalle. La gente rebosa alegría. Este es, sin duda, el pueblo más feliz sobre la faz de la tierra.
Comienzan los himene. El atuendo de los cantantes esta noche consta de un batín estilo mamille Gauguin típico de las abuelas de finales de siglo XIX (y de los cuadros de Gauguin, de ahí el nombre), y una corona de flores cuidadosamente elaborada.
El grupo se coloca en medio de la plaza y comienza a cantar los himene, unas canciones polifónicas, de estrofas repetidas, y sin instrumentos. Los cantantes, sentados en corro, mueven la cabeza de lado a lado, como si hubieran entrado en trance. Uno o dos jefes dirigen al grupo, de pie. De vez en cuando intercalan un ute, otro tipo de canción de ritmo más rápido, que (debo decirlo) suena siempre igual, vamos, que entre ute y ute, independientemente del grupo que lo cante, o de la isla donde lo interpreten, te parece estar siempre escuchando la misma canción. Lo que cambia es la letra.
Al cabo de 1 hora comienzan los bailes (otea), mucho más esperados por el público. Hoy hay cuatro sesiones: primeramente el grupo baila con un atuendo tribal de base vegetal, le sigue in recitador (orero) que cuenta historias en solitario (y en tahitiano), luego sale un grupo de niños (tamarii), y como punto final el baile más elaborado.
Los niños hoy van vestidos de amarillo y llevan una corona arqueada de conchas. Se mueven con un ritmo frenético que desata la risa del público.
Finalmente, el grupo central se ha cambiado de ropa y vuelve a salir al escenario con un espectacular atuendo a base de plumas rojas y blancas. ¡Qué noche de color y sonido para los sentidos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario