Bora Bora, Polinesia Francesa. Cuenta la leyenda que Mata Mata Arahu y Tu Ra’i Po’, los dos hijos de la máxima deidad polinésica Ta’aroa, se tatuaron por primera vez para seducir a la hija del primer hombre, Hina Ere Ere Manua. Más tarde, enseñarían la práctica a los mortales, que lo encontraron bello. Los dos hermanos se constituían así como dioses de ese arte profundamente arraigado a la cultura polinesia.
Quizás fueron ellos también los que hace 5.000 años inspiraron a Otzi, el hombre de hielo neolítico hallado intacto en las nieves del Tirol, a tatuarse su piel con nada menos que 57 marcas. Y también a otras tantas culturas del planeta que llevan practicando este arte desde tiempos remotos.
Pero si existe un lugar en el mundo donde el tatuaje ha mostrado una variedad y riqueza excepcionales es sin duda la Polinesia. Su práctica ha estado desde siempre íntimamente arraigada en la cultura de este pueblo. No en vano el término tatuaje (o tattoo en inglés) es un préstamo léxico de tatau, una palabra polinesia original de Samoa que significa “golpear”.
El primer contacto de los europeos con el tatuaje polinesio tenía lugar un 18 de Junio de 1767, cuando la tripulación del HMS Dolphin de Wallis desembarcaba por primera vez en Tahiti. El piloto mayor George Robertson anotaba en su cuaderno: “a la edad de 16 años pintan de negro los muslos de todos los hombres y un poco más tarde se hacen curiosos dibujos sobre sus piernas y sus brazos”.
En la cultura polinesia el tatuaje era un símbolo del estatus social del que lo llevaba: indicaba pertenencia a una tribu, una familia, o un rango. También podía conmemorar hechos heroicos del individuo, como una victoria, una proeza, o momentos importantes de su vida como el matrimonio o el fin de la pubertad, o simplemente tenía una función estético-sexual. De hecho, mucha gente se sigue tatuando hoy en día por los mismos motivos.
Pero tatuarse no resultaba ni barato, ni placentero. Cuanto más ricas eran las familias, más abundantes y variados eran los tatuajes. El proceso se realizaba con peines de tatuar (ta) fabricados a base de agujas de hueso o de nácar insertadas en un mango de madera. El maestro invocaba entonces al espíritu de Mata Mata Arahu y Tu Ra’i Po’ para que la operación tuviera éxito, las cicatrices sanaran pronto, y el dibujo resultase bonito a la vista. Una vez dibujado el motivo en la piel, el tatuador tomaba el peine con su mano izquierda, y golpeándolo suavemente con un mazo sostenido en su mano derecha, hacía pequeñas incisiones en la piel hasta llegar a la dermis. Seguidamente restregaba la tinta, obtenida quemando el aceite de una nuez local. Otros maestros aplicaban la tinta directamente en las agujas.
En las Marquesas, lugar donde la práctica tuvo más fuerza, se construía una casa especial para la ocasión, en donde el “paciente” descansaba entre sesiones. Los maestros tatuadores o tuhuna eran especialistas que disfrutaban de un gran prestigio. Los familiares les obsequiaban con regalos y comida y les proporcionaban alojamiento. Durante el proceso, el tuhuna cantaba al paciente para paliar el fuerte dolor, calificado por algunos como “el peor imaginable”:
Ua tuki e, ua tuki e, Ua tuki e, to tiki e, Paparara to tiki e. O te tuhane oe te kuia. O te tuahane oe te kuia. Tou tiki e.
(Se golpea, se golpea, se golpea. Se golpea, tu dibujo. Repiqueteando, repiqueteando tu dibujo. El hermano de la madre. La hermana de la madre. Mi dibujo.)
La práctica del tatuaje desapareció casi por completo en Polinesia tras la llegada de los misionarios. No era el tatuaje en sí lo que molestaba a la iglesia, sino el tono subido de las fiestas asociadas a su ejecución. Finalmente, en 1823 se prohibía por voluntad del rey Pomare II que recientemente se había convertido al catolicismo: “Nadie se dejará tatuar, esta práctica debe ser abolida totalmente. Pertenece a los hábitos antiguos y malos. El hombre o mujer que se haga grabar tatuajes será juzgado y castigado. (…) El castigo para el hombre será el siguiente: deberá trabajar sobre una porción de camino de diez toesas por el primer tatuaje, veinte toesas por el segundo. (…) El castigo para la mujer será el siguiente: deberá hacer dos grandes abrigos, uno para el rey y otro para el gobernador”
Todo el patrimonio del tatuaje polinésico estuvo a punto de perderse por completo si no hubiera sido por la visita que el antropólogo alemán Karl von den Steinen hizo a la Marquesas en 1897. Afortunadamente, allí sobrevivían todavía una treintena de individuos tatuados, aunque ya no quedaba ningún tatuador. Von den Steinen elaboró una meticulosa relación de los motivos que allí vio y lo publicó en el libro “Los marquesinos y su arte: la ornamentación primitiva de los mares del sur”. Su legado ha sido trascendental para la perduración de este arte hasta nuestros días.
Aún así, en los años 70 no se veía ni un solo tatuaje por las calles de Papeete, solo los de los militares, cuyos motivos nada tenían que ver con los de los polinésicos. Pero a finales de esa década se celebró el festival de las artes oceánicas en Tahiti. Ante la estupefacción de sus habitantes, un grupo de hombres se pasearon por las calles de Papeete con atuendos antiguos y con tatuajes…eran samoanos que habían acudido al festival. Allí en Samoa, la práctica nunca llegó a prohibirse. Sorprendidos y atraídos por el arte de sus antepasados, algunos tahitianos decidieron entonces tatuarse la piel con motivos locales. Fue así como durante los 80, y sobretodo los 90, el tatuaje renació en Polinesia Francesa con una fuerza insólita. Los jóvenes, las muchachas, los adultos, todos comenzaron a tatuar su piel con motivos de inspiración tradicional.
Hoy resulta muy raro que un polinesio, hombre o mujer, no lleve un tatuaje en su cuerpo. Para el individuo actual, es un icono de su raza, una reivindicación de su identidad polinésica. Para otros es un símbolo en contra del colonialismo francés. Hoy en día encontramos tatuadores polinesios por todo el mundo. Lejos quedan el sufrimiento y la tinta de aceite de nuez. Actualmente la técnica ha progresado y se utiliza tinta china y maquinillas de tatuar eléctricas que producen mucho menos dolor que antaño.
Con el tiempo, el tatuaje polinesio se ha transformado en un embajador de esta cultura a través del mundo entero. No en vano Goggle muestra 1 millón de entradas con el término polynesian tattoo, y 470 millones con tattoo sólo. Es evidente que el espíritu de Mata Mata Arahu y Tu Ra’i Po’ ha debido traspasar fronteras para llegar a tantas almas.
Quizás fueron ellos también los que hace 5.000 años inspiraron a Otzi, el hombre de hielo neolítico hallado intacto en las nieves del Tirol, a tatuarse su piel con nada menos que 57 marcas. Y también a otras tantas culturas del planeta que llevan practicando este arte desde tiempos remotos.
Pero si existe un lugar en el mundo donde el tatuaje ha mostrado una variedad y riqueza excepcionales es sin duda la Polinesia. Su práctica ha estado desde siempre íntimamente arraigada en la cultura de este pueblo. No en vano el término tatuaje (o tattoo en inglés) es un préstamo léxico de tatau, una palabra polinesia original de Samoa que significa “golpear”.
El primer contacto de los europeos con el tatuaje polinesio tenía lugar un 18 de Junio de 1767, cuando la tripulación del HMS Dolphin de Wallis desembarcaba por primera vez en Tahiti. El piloto mayor George Robertson anotaba en su cuaderno: “a la edad de 16 años pintan de negro los muslos de todos los hombres y un poco más tarde se hacen curiosos dibujos sobre sus piernas y sus brazos”.
En la cultura polinesia el tatuaje era un símbolo del estatus social del que lo llevaba: indicaba pertenencia a una tribu, una familia, o un rango. También podía conmemorar hechos heroicos del individuo, como una victoria, una proeza, o momentos importantes de su vida como el matrimonio o el fin de la pubertad, o simplemente tenía una función estético-sexual. De hecho, mucha gente se sigue tatuando hoy en día por los mismos motivos.
Pero tatuarse no resultaba ni barato, ni placentero. Cuanto más ricas eran las familias, más abundantes y variados eran los tatuajes. El proceso se realizaba con peines de tatuar (ta) fabricados a base de agujas de hueso o de nácar insertadas en un mango de madera. El maestro invocaba entonces al espíritu de Mata Mata Arahu y Tu Ra’i Po’ para que la operación tuviera éxito, las cicatrices sanaran pronto, y el dibujo resultase bonito a la vista. Una vez dibujado el motivo en la piel, el tatuador tomaba el peine con su mano izquierda, y golpeándolo suavemente con un mazo sostenido en su mano derecha, hacía pequeñas incisiones en la piel hasta llegar a la dermis. Seguidamente restregaba la tinta, obtenida quemando el aceite de una nuez local. Otros maestros aplicaban la tinta directamente en las agujas.
En las Marquesas, lugar donde la práctica tuvo más fuerza, se construía una casa especial para la ocasión, en donde el “paciente” descansaba entre sesiones. Los maestros tatuadores o tuhuna eran especialistas que disfrutaban de un gran prestigio. Los familiares les obsequiaban con regalos y comida y les proporcionaban alojamiento. Durante el proceso, el tuhuna cantaba al paciente para paliar el fuerte dolor, calificado por algunos como “el peor imaginable”:
Ua tuki e, ua tuki e, Ua tuki e, to tiki e, Paparara to tiki e. O te tuhane oe te kuia. O te tuahane oe te kuia. Tou tiki e.
(Se golpea, se golpea, se golpea. Se golpea, tu dibujo. Repiqueteando, repiqueteando tu dibujo. El hermano de la madre. La hermana de la madre. Mi dibujo.)
La práctica del tatuaje desapareció casi por completo en Polinesia tras la llegada de los misionarios. No era el tatuaje en sí lo que molestaba a la iglesia, sino el tono subido de las fiestas asociadas a su ejecución. Finalmente, en 1823 se prohibía por voluntad del rey Pomare II que recientemente se había convertido al catolicismo: “Nadie se dejará tatuar, esta práctica debe ser abolida totalmente. Pertenece a los hábitos antiguos y malos. El hombre o mujer que se haga grabar tatuajes será juzgado y castigado. (…) El castigo para el hombre será el siguiente: deberá trabajar sobre una porción de camino de diez toesas por el primer tatuaje, veinte toesas por el segundo. (…) El castigo para la mujer será el siguiente: deberá hacer dos grandes abrigos, uno para el rey y otro para el gobernador”
Todo el patrimonio del tatuaje polinésico estuvo a punto de perderse por completo si no hubiera sido por la visita que el antropólogo alemán Karl von den Steinen hizo a la Marquesas en 1897. Afortunadamente, allí sobrevivían todavía una treintena de individuos tatuados, aunque ya no quedaba ningún tatuador. Von den Steinen elaboró una meticulosa relación de los motivos que allí vio y lo publicó en el libro “Los marquesinos y su arte: la ornamentación primitiva de los mares del sur”. Su legado ha sido trascendental para la perduración de este arte hasta nuestros días.
Aún así, en los años 70 no se veía ni un solo tatuaje por las calles de Papeete, solo los de los militares, cuyos motivos nada tenían que ver con los de los polinésicos. Pero a finales de esa década se celebró el festival de las artes oceánicas en Tahiti. Ante la estupefacción de sus habitantes, un grupo de hombres se pasearon por las calles de Papeete con atuendos antiguos y con tatuajes…eran samoanos que habían acudido al festival. Allí en Samoa, la práctica nunca llegó a prohibirse. Sorprendidos y atraídos por el arte de sus antepasados, algunos tahitianos decidieron entonces tatuarse la piel con motivos locales. Fue así como durante los 80, y sobretodo los 90, el tatuaje renació en Polinesia Francesa con una fuerza insólita. Los jóvenes, las muchachas, los adultos, todos comenzaron a tatuar su piel con motivos de inspiración tradicional.
Hoy resulta muy raro que un polinesio, hombre o mujer, no lleve un tatuaje en su cuerpo. Para el individuo actual, es un icono de su raza, una reivindicación de su identidad polinésica. Para otros es un símbolo en contra del colonialismo francés. Hoy en día encontramos tatuadores polinesios por todo el mundo. Lejos quedan el sufrimiento y la tinta de aceite de nuez. Actualmente la técnica ha progresado y se utiliza tinta china y maquinillas de tatuar eléctricas que producen mucho menos dolor que antaño.
Con el tiempo, el tatuaje polinesio se ha transformado en un embajador de esta cultura a través del mundo entero. No en vano Goggle muestra 1 millón de entradas con el término polynesian tattoo, y 470 millones con tattoo sólo. Es evidente que el espíritu de Mata Mata Arahu y Tu Ra’i Po’ ha debido traspasar fronteras para llegar a tantas almas.
En Samoa también existe una leyenda mitológica que explica como empezó el arte de los samoan tattoo.
ResponderEliminarOK, gracias David!
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