Moorea, Polinesia Francesa. La mañana amanece calmada y sin viento. La luz matutina ilumina tímidamente las instalaciones del Hotel Intercontinental de Moorea.
Esta mañana me apunto al tour-de-l’île que Bernard ofrece en su catamarán. Es temporada de ballenas (la ballena yubarta) y es probable que avistemos alguna. El trayecto comienza con pocas perspectiva de éxito: tras 1h de búsqueda sólo hemos conseguido ver un soplido a lo lejos. Eso sí, los delfines abundan por doquier y el paisaje es espectacular.
Bernard abdica en la búsqueda de ballenas en este rincón y nos propone seguir con el tour. Ayer estaban en el otro lado -nos dice. Visitamos las dos grandes bahías de la isla: la de Opunohu y la de Cook. Bernard nos cuenta que el capitán Cook, en 1777, no ancló el Resolution precisamente en la bahía que lleva su nombre sino en la otra. Cosas de la toponimia. En su interior, los impresionantes restos del volcán que originó la isla hace 2 millones de años parecen sacados de un libro de aventuras. Claro -caigo en la cuenta- es que son precisamente los grabados de Moorea que los dibujantes de Cook representaron en sus láminas los que inspiraron a los escritores de aventuras.
Al llegar a la punta sur de la isla, siempre oteando el horizonte, de repente grito con todas mis fuerzas ¡là bas! Por fin, a cierta distancia de nuestro catamarán, se había producido un chapuzón, síntoma de que una ballena rondaba por allí. Nos acercamos y resulta que no era una, sino tres, una pareja con su ballenato. Están tranquilas, descansando y vigilando de cerca las travesuras del pequeño, un pequeño de 10 toneladas, por cierto.
La curiosidad del ballenato es tan fuerte que se nos acerca hasta prácticamente rozar el barco, momento en el cual emerge su ojo a la superficie para examinarnos detenidamente. Es un instante mágico. ¿Qué habrá pasado por su mente?
Estamos tentados de tirarnos al agua para verlas desde dentro. A Bernard no lo vemos muy por la labor, pero ante nuestra insistencia de que en Rurutu (Buceando con ballenas en Rurutu) la gente se baña cada dia con ellas, acaba claudicando. Al final, una pareja y yo nos tiramos al agua. Al desvanecerse las burbujas que produce nuestro chapuzón, aparecen la siluetas de los cetáceos, justo a nuestro lado. La adrenalina está en "máximos históricos".
Acto seguido el ballenato, absorto por la curiosidad de saber qué son estos seres que flotan en la superficie, se dirije directo hacia mí, como si quisiera tocarme, y noto que me mira. Es una mirada intensa, misteriosa. De nuevo me invade la curiosidad ¿qué piensa?
Tras una hora de intensas emociones con estos increíbles animales, Bernard pone rumbo de regreso. A lo lejos, el ballenato parece enviarnos un adiós con su cola.
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