martes, 21 de agosto de 2012

Les sables roses, Rangiroa


Rangiroa, Polinesia Francesa. En el extremo este de Rangiroa se encuentra una zona de aguas someras en la que se entremezclan las patates, colonias coralinas que emergen del fondo hasta la superficie y que atraen peces de todo tipo, con los bancos de arena rosa-anaranjada: son Les Sables Roses.



Durante el trayecto que nos lleva hasta allí, desembarcamos en el motu desierto de Otepipi. Unos metros más allá de la orilla se nos aparece de repente la iglesia de Sainte Anne, en un claro de la vegetación, solitaria, aislada, misteriosa. En otra época se encontraba aquí uno de los asentamientos más importantes de Rangiroa. Hoy sólo queda la iglesia, adonde todavía se realizan peregrinaciones periódicas desde los pueblos de Avatoru y Tiputa.

A poca distancia desembarcamos en la Île-aux-oiseaux, un homónimo muy común en Polinesia (hay una "Île-aux-oiseaux" en casi todos los atolones). Aquí anidan a sus anchas las tiñosas (noddies) y los alcatraces de patas rojas, que parecen ignorar nuestra presencia.

Al sur del atolón se encuentra la Île-aux-Récifs, o Motu Ai Ai, una formación de coral antiguo petrificado y afilado como cuchillas, conocida como feo, de singular belleza a pesar de su nombre local. Se extiende unos cuantos centenares de metros, con entradas y canales que generan piscinas naturales.

De vuelta a la pensión tengo tiempo para pensar en la vulnerabilidad de estos paraísos. Por un lado tenemos los huracanes (o ciclones) que periódicamente azotan estas zonas del globo. Cuando "le toca" a una isla, realmente la destroza, como el Oli en Tubuai hace dos años (el Oli). 


Pero es que además está también el cambio climático y la progresiva subida del nivel del agua. Los atolones del mundo entero son territorios planos, con una altura máxima de solo unos metros, con lo que el deshielo progresivo de los polos inevitablemente los irá borrando del mapa. Afortunadamente el proceso no es repentino y sus habitantes siempre podrán ir a vivir a otra parte con el tiempo -me consuelo. 

Pero existe otro fenómeno mucho más repentino y preocupante: los tsunamis: ¿qué pasará el día que haya un tsunami en medio del Pacífico? ¿adónde correrán los habitantes de los atolones para refugiares si aquí no hay montañas? ¿cómo es posible que un paraíso podría transformarse en minutos en un infierno? ¿o es que realmente los paraísos no existen?

No hay comentarios:

Publicar un comentario