Ua Pou, Islas Marquesas, Polinesia Francesa. No recuerdo ningún lugar con tanto carácter y tanta fuerza como la isla de Ua Pou, en las Marquesas. Basta echar un vistazo a sus pináculos, que se erigen cual gigantescos menhires, para percatarse inmediatamente que uno no se encuentra en un lugar corriente.
El Aranui amanece hoy en la bahía de Hakahau. Me levanto pronto para contemplar las primeras luces del día iluminando las colosales columnas de esta isla misteriosa.
Hoy durante el desayuno tenemos una sorpresa: tres bailarinas de de la isla han subido a bordo para deleitarnos con su arte en el comedor del barco.
Una vez en tierra disponemos de unas cuantas horas libres para pasear por el pueblo y para comer mientras los marineros se dedican a las tareas de carga y descarga de las mercancías. Es la fórmula del Aranui. Yo aprovecho para captar una de las actividades más deseadas por los niños de Hakahau: el atraque en puerto del Aranui para colgarse de los cabos del navío que con su imperceptible vaivén se tensan y destensan subiéndoles y bajándoles como un ascensor. Me entran unas ganas irresistibles de sumarme a su juego, pero por desgracia no dispongo ya de más tiempo.
Después de comer, la marea ha bajado sensiblemente dejando tras ella una playa llena de ondulaciones ribeteadas de un fino polvo dorado. Los niños corretean excitados por la sirena del Aranui que acaba de anunciar su inminente partida. Dan ganas de esconderse, dejar que se vaya y quedarse disfrutando de la paz y armonía de esta isla en la que todo transcurre naturalmente, sin prisas, sin crisis.
Por la tarde, el Aranui hace su segunda escala es esta isla, en la bahía de Hakahetau, en la costa norte. Los marineros reanudan sus tareas, esta vez haciendo uso de las balenières, barcazas que llevan los víveres a los pueblos sin muelle. Yo me quedo aguardando tranquilamente la puesta de sol, que hoy ha decido teñir los pináculos de Ua Pou de un intenso color rosado.
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