martes, 28 de agosto de 2012

Las Gambier, el fin del mundo

Rikitea, Mangareva, Les Gambier, Polinesia Francesa. El lugar más alejado y apartado de Polinesia francesa es sin duda el archipiélago de las Gambier, en el extremo sureste del país. Es también el destino menos turístico del país. Así que la tentación de visitarlo es irresistible.

Estuve allí en 2010. No es fácil ni barato llegar. Hay sólo un vuelo semanal y el viaje es el más caro y largo de esta tierra. Las plazas del vuelo están reservadas con meses de antelación. Ya lo intenté en 2007 y permanecí en lista de espera varios meses, sin éxito. En esta ocasión no estoy dispuesto a quedarme con las ganas y hago la reserva con 9 meses de antelación...ahora sí.

El vuelo desde Papeete dura 4h para cubrir los 1.700 km de distancia que separan el archipiélago de la capital. El avión hace una escala en el atolón de Hao, en las Tuamotu, famoso porque acogió al personal que trabajaba en Mururoa durante las pruebas nucleares.

El archipiélago de las Gambier está formado por 14 islas e islotes que comparten lagon. Su formación, su clima, su vegetación, su gente, su lengua, su hora...todo aquí es diferente. En las Gambier viven 1.300 personas, todas en la isla principal, Mangareva, la única habitada. Rikitea es el pueblo principal.

El aeródromo está situado en un motu distante, Totegegie. Una embarcación nos lleva hasta la isla principal, tras un trayecto de 45 minutos. Me acompaña el grupo de baile local que ha representado a la isla en el Heiva de Papeete, y que parece seguir con la fiesta en el barco.


Enseguida me percato que el color de este lagon es de un azul diferente. Del mismo modo, la vegetación es más alpina, con más pinos y menos palmeras que en el resto del país. En el lagon abundan las granjas perleras, el negocio principal de la isla. Y es las Gambier producen la perla negra más bonita y preciada del planeta. Ya hablaremos de ello otro día...

En Mangareva me alojo en la pension Maro'i, que no tardo en descubrir que es mucho más agradable y tranquila que la otra opción, la de Bianca et Benoît, más conocida y popular. Me acogen Marie y Michel, que me tratan como si fuera de la familia desde el primer día.

Y, sobretodo, descubro que la pensión tiene un larguísimo pontón que se adentra en la calmada bahía. Un lugar ideal para meditar por las noches, bajo la luz de las estrellas. Así que esta mi primera noche en las Gambier disfruto de uno de mis actividades preferidas en esta tierra: contemplar las estrellas del cielo austral y el esplendor de la Vía Láctea, que, en el hemisferio sur es mucho más espectacular que en el norte. El lagon parece una balsa de aceite y Venus luce con tanta fuerza que se refleja en su superficie.

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