Rivière Bleu, Grande Terre, Nueva Caledonia. Amanece tranquilo en mi pequeño paraíso de Point Boisé. En la calmada bahía resuenan los gritos del águila pescadora que anida en el pino vecino al bungalow. Desayuno a las seis y media, en compañía del perro ciego del lugar que se ha convertido en mi amigo inseparable.
Cierro maleta y... "en route pour des nouvelles aventures" como decía un amigo mío francés. Poco a poco se va abriendo el día. Al llegar a la costa oeste, el panorama es espléndido. Gozo de alegría y bienestar interno. En medio del camino, en lo alto de un árbol seco, un halcón peregrino me mira con curiosidad. Un poco más allá oigo una especie de mugido profundo y resonante, muy grave, un uuummmm que parece salir de las catacumbas....miro y veo una paloma enorme, grande como nunca había visto, de 50 cm de largo. Se trata de la Dúcula goliat (Ducula goliath), una de las palomas más grandes del mundo. Así debe ser porque medio metro de paloma es mucha paloma.
Tras unos 30 km llego a Yaté, un pueblo esparcido situado en un enclave idílico, en la desembocadura del río azul. Prosigo rumbo al Parque Provincial de Rivière Bleue, donde me espera el ave joya de la corona: el kagú (Rhynochetos jubatus) un ave no-voladora, única en el planeta. Se trata del único representante de una familia monotípica. Es decir, una especie que no está emparentada directamente con ningún otro tipo, y cuya forma, características y genética es fruto de la evolución y selección natural que los millones de años han ejercido sobre esta isla aislada del continente.
Aparco el coche (no se permite la visita con tu vehículo particular) y me apunto a la visita guiada en jeep. El chófer, un caldoche (que es como se denomina aquí a los europeos que llevan en la tierra desde ) resulta ser un sesentón muy simpático. ¿Veremos el Kagú? -le pregunto. Conmigo seguro -replica riéndose.
Entre bla-bla-blas con una familia de franceses que comparten el jeep, llegamos a una zona donde el caldoche cree que debería aparecer alguno. Efectivamente, al cabo de poco rato aparece un espécimen, confiado, sin miedo...parece acostumbradísimo a la presencia del ser humano.
El kagú fue prácticamente exterminado tras la introducción del perro en Nueva Caledonia por el capitán Cook en 1774. Al no tener ningún enemigo terrestre, el kagú perdió hace millones de años la capacidad de volar, convirtiéndolo en una presa demasiado fácil para los canes. Por suerte hoy goza de un estatus de total protección en la isla. De hecho es el símbolo nacional de Nueva Caledonia. Acostumbrados a las visitas, los kagús del parque pasan del ser humano. Van a la suya, como si nada, mirando inmóviles fijamente el suelo hasta que ven moverse un gusanillo.
Gracias a la creación en 1980 del Parque Provincial de Rivière Bleue de 9.000 hectáreas, hoy el kagú disfruta aquí de un futuro mínimamente garantizado. Se calcula en 600 el número de kagús en la isla (y en el mundo, pues no se encuentra en ningún otro lugar), de los cuales 160 viven en el parque. Estos están seguros aquí, pero el resto se ve continuamente sometido a los ataques de los perros y a la deforestación de su hábitat por la agricultura.
A la vuelta, el caldoche se para en otro lugar en donde ayer dice haber visto cinco kagús. Hoy no hay ninguno. Esperamos un minuto y no vemos nada. Conociendo muy bien lo que hacía, toca el claxon y aparecen 3 de inmediato. Cosas de la familiaridad.
De retorno al coche sigo alrededor del lago, el cual alberga un fantasmagórico bosque quemado en su centro.
Esta noche regreso a Nouméa, desde donde mañana comenzaré mi periplo por el norte de la isla.
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