Apia, Isla Upolu, Samoa. Hoy, mi último día en Samoa, lo dedico a visitar la isla de Upolu. El turismo es tan escaso por estas tierras que no se apunta nadie más al tour: soy el único del grupo. Franck, un austríaco retirado, me hace de guía. Salimos de Apia en su van dirección este, por bordeando la costa norte.
Nuestra primera parada es en el Piula College, una academia teológica metodista de principios de siglo. Justo debajo del edificio se encuentra la piscina Falumea, una cueva de agua dulce donde vive una anguila gigante, vieja y ciega. Frank y yo nos metemos en el agua con gafas y tubo y damos con ella. La pobre, está bastante hecha polvo.
Seguimos hacia el este y enseguida llegamos a la impresionante bahía de Fagaloa, en la costa norte. La densidad de la vegetación es espectacular.
Nos acercamos hasta la punta este, en Namua, donde hay algunos islotes y 7 fales equipados para pernoctar. Allí recogemos a un americano, John, un tipo de 57 años muy peculiar. Tras trabajar duro como policía en NY durante 10 años y mantener a los hijos de su novia, ésta le abandona el mes pasado y le deja el corazón roto. Lo compensa con este viaje y muchas, muchas cervezas.
Seguimos nuestro trayecto hacia el oeste, ahora por la costa sur. John pide parar varias veces para comprar más cervezas: ahora ya son de las grandes, de las de medio litro. Cada vez habla más y vocaliza menos. Alaba la cultura samoana y nos repite una y otra vez a mí y a Franck, los sujetos pasivos de su borrachera, que de todos los países que ha visitado, este es el único que está seguro que volverá algún día. Alucina con lo bien cuidado que está todo. Y lleva razón: Upolu parece un gigantesco jardín.
Continuamos por la costa sur y llegamos a la cascada de Togitogiga, en la entrada del parque nacional de O Le Pupu-Pue, que en samoano significa "desde la costa a la cima de la montaña". En efecto, arriba se encuentra la montaña más alta de la isla, el Monte Fito, de 1028 m.
Al cabo de poco dejamos a John en un fale en los manglares de Mulivae, en la costa sur. Ciertamente, este es un lugar idílico para consumir su cargamento de cervezas y dormir la toña plácidamente. Nos despedimos de él y con Frank decidimos volver a Apia: fuera se ha puesto a llover torrencialmente.
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