Tanna, Vanuatu. Poco pensaba yo que un día me sentaría en el mismísimo cráter de un volcán activo. Bueno, pues ese día ha llegado.
Amanece lloviendo. Ya me he acostumbrado al mal tiempo. Pero a la 1 de la tarde, justo antes de comenzar la larga excursión de más de dos horas que nos llevará al volcán, todas las nubes se desvanecen y aparece un sol radiante. A medio camino hacemos un alto para contemplar la grandiosidad del paisaje y la frondosidad de la vegetación. El volcán Yasur al fondo.
Al llegar a las cercanías del Titán, hacemos una segunda parada en una pista de ceniza negra. Me quedo atónito ante los rugidos del monstruo que se suceden cada pocos minutos. Me recuerdan al ruido del lanzamiento de los grandes cohetes de los fuegos artificiales, justo cuando salen de tierra, pero multiplicado por 100. Antes de que llegue hasta nuestros oídos, se puede ver la onda sonora expandiéndose a gran velocidad. Nunca antes había observado esa burbuja explotando en el aire.
Con el jeep rodeamos el volcán pasando por lugares cuya belleza y esplendorosidad se ven potenciados por la luz vespertina. El último tramo, el de subida hasta el pie del cráter, transcurre muy lentamente por una pista en pésimo estado.
Una vez en la base del cráter, el jeep aparca junto a otros vehículos que también han acudido a ver el espectáculo. Los últimos 100 metros se recorren a pie, sin gran dificultad. Sin lugar a dudas es todo un lujo poder llegar hasta aquí en coche, y es que, tal como reivindican las guías de Vanuatu, este es el volcán activo más fácilmente asequible del mundo.
Phil, el conductor, me explica que el Yasur lleva algo más de 100 años activo y las autoridades locales han creado una escala de niveles de accesibilidad (del cero al cuatro) que permiten o no el ascenso a su cima, a algo más de 300 metros de altura. A partir de grado 3 ya no se puede visitar. Hoy está en grado 2 avanzado, así que habrá que ir con un poco de cuidado.
Estoy en el borde del cráter. Son las 5 de la tarde y el sol se acaba de poner. Cuanto más oscuro más bonito y más resaltan los fuegos del monstruo. Phil y yo nos dirigimos a la derecha del cráter. El resto del grupo sigue por la izquierda, que sube más, pero que queda más lejos de la caldera.
Va pasando el tiempo y el espectáculo continua. Teníamos que estar de vuelta abajo en el parking a las 6, pero como Phil es el que lleva el jeep y me ve tan entusiasmado, nos quedamos media horita más. Le pregunto si nunca ha habido algún accidente. Sí lo hubo, me dice. Hace unos años a una turista japonesa le alcanzó una de esas rocas incandescentes en la barriga y la mató. ¿Y yo por qué pregunto? ¡Ahora ya me ha entrado el canguelis!
Amanece lloviendo. Ya me he acostumbrado al mal tiempo. Pero a la 1 de la tarde, justo antes de comenzar la larga excursión de más de dos horas que nos llevará al volcán, todas las nubes se desvanecen y aparece un sol radiante. A medio camino hacemos un alto para contemplar la grandiosidad del paisaje y la frondosidad de la vegetación. El volcán Yasur al fondo.
Al llegar a las cercanías del Titán, hacemos una segunda parada en una pista de ceniza negra. Me quedo atónito ante los rugidos del monstruo que se suceden cada pocos minutos. Me recuerdan al ruido del lanzamiento de los grandes cohetes de los fuegos artificiales, justo cuando salen de tierra, pero multiplicado por 100. Antes de que llegue hasta nuestros oídos, se puede ver la onda sonora expandiéndose a gran velocidad. Nunca antes había observado esa burbuja explotando en el aire.
Con el jeep rodeamos el volcán pasando por lugares cuya belleza y esplendorosidad se ven potenciados por la luz vespertina. El último tramo, el de subida hasta el pie del cráter, transcurre muy lentamente por una pista en pésimo estado.
Una vez en la base del cráter, el jeep aparca junto a otros vehículos que también han acudido a ver el espectáculo. Los últimos 100 metros se recorren a pie, sin gran dificultad. Sin lugar a dudas es todo un lujo poder llegar hasta aquí en coche, y es que, tal como reivindican las guías de Vanuatu, este es el volcán activo más fácilmente asequible del mundo.
Phil, el conductor, me explica que el Yasur lleva algo más de 100 años activo y las autoridades locales han creado una escala de niveles de accesibilidad (del cero al cuatro) que permiten o no el ascenso a su cima, a algo más de 300 metros de altura. A partir de grado 3 ya no se puede visitar. Hoy está en grado 2 avanzado, así que habrá que ir con un poco de cuidado.
Estoy en el borde del cráter. Son las 5 de la tarde y el sol se acaba de poner. Cuanto más oscuro más bonito y más resaltan los fuegos del monstruo. Phil y yo nos dirigimos a la derecha del cráter. El resto del grupo sigue por la izquierda, que sube más, pero que queda más lejos de la caldera.
Y ocurre la primera explosión. Me quedo helado, impávido, asustado de la potencia de la bestia. No se puede explicar con palabras. Las rocas incandescentes salen expulsadas a velocidades estratosféricas desde el centro del volcán y se oye como van cayendo alrededor, algunas no muy lejos de donde me encuentro. El estruendo que acompaña a estos eructos es indescriptible. El suelo, que está casi quemando, también tiembla a cada erupción. Tal es la furia del interior terrestre, un auténtico infierno.
La cosa está un poco al límite. Al principio Phil no se atrevía a llegar donde estamos, pero lo consulta con el otro guía, que parece más enterado, y nos da el OK. El día se va apagando y la luz del fuego se hace cada vez más intensa. Los estruendos se producen cada 3-5 minutos. Se me pasa por la cabeza qué pasaría si de repente uno de ellos fuera mucho más fuerte. Al fin y al cabo, esto no es un parque de atracciones sino pura naturaleza, y si a la bestia le da la gana de petar...peta.
Ayyyy... Se produce otra explosión, esta vez más fuerte. El trueno rellena todo el espacio, el suelo tiembla de nuevo, miles de rocas ígneas incandescentes salen catapultadas desde la caldera. Phil está intranquilo. Dice que ya...que regresemos...que ésta ha sido demasiado fuerte y que yo estoy muy cerca de la caldera. Yo insisto en quedarnos un poco más. Planto mi trípode y programo exposiciones de 10 segundos. Sólo así quedan reflejadas las trayectorias de las rocas al rojo vivo.
La cosa está un poco al límite. Al principio Phil no se atrevía a llegar donde estamos, pero lo consulta con el otro guía, que parece más enterado, y nos da el OK. El día se va apagando y la luz del fuego se hace cada vez más intensa. Los estruendos se producen cada 3-5 minutos. Se me pasa por la cabeza qué pasaría si de repente uno de ellos fuera mucho más fuerte. Al fin y al cabo, esto no es un parque de atracciones sino pura naturaleza, y si a la bestia le da la gana de petar...peta.
Ayyyy... Se produce otra explosión, esta vez más fuerte. El trueno rellena todo el espacio, el suelo tiembla de nuevo, miles de rocas ígneas incandescentes salen catapultadas desde la caldera. Phil está intranquilo. Dice que ya...que regresemos...que ésta ha sido demasiado fuerte y que yo estoy muy cerca de la caldera. Yo insisto en quedarnos un poco más. Planto mi trípode y programo exposiciones de 10 segundos. Sólo así quedan reflejadas las trayectorias de las rocas al rojo vivo.
Va pasando el tiempo y el espectáculo continua. Teníamos que estar de vuelta abajo en el parking a las 6, pero como Phil es el que lleva el jeep y me ve tan entusiasmado, nos quedamos media horita más. Le pregunto si nunca ha habido algún accidente. Sí lo hubo, me dice. Hace unos años a una turista japonesa le alcanzó una de esas rocas incandescentes en la barriga y la mató. ¿Y yo por qué pregunto? ¡Ahora ya me ha entrado el canguelis!
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