Maré, Islas de la Lealtad, Nueva Caledonia. Y siguen las nubes y el viento...Al terminar mi desayuno se me ocurre alquilar un coche para dar la vuelta a la isla. Voy a recepción y pido uno. Error: nunca decidas alquilar un coche "aquí te pillo, aquí te mato" pues lo más probable es que no quede ninguno.
Bueno...pues...tour-de-l'île, pienso. "Desolé Monsieur, voues êtes le seule et on ne le fait pas pour une seule personne". Ahora sí ya comienza el desespero. Me veía un día más aquí, aprisionado en el bungalow, leyendo y pasando el rato como fuera. Así que cojo los prismáticos y me dispongo a dar un paseo por los alrededores para ver si al menos veo alguna especie ornitológica nueva.
Cuando ya llevaba unos minutos de expedición oigo una voz que me grita "mesié mesié, tour-de-l'île!! Resulta que la recepcionista había encontrado a otro turista colgado como yo interesado en el tour. Así que nos enchufan a los dos en un coche y Boniface, un joven kanak que aparece en las fotos de todos los folletos, nos hace el tour.
La isla de Maré ha pasado de ser la oveja negra de las Loyauté a ser su joya. De un tamaño aproximado de la mitad de Ibiza, Maré es un mosaico de playas vírgenes y acantilados coralinos. Originalmente se llamaba Nengone y estaba poblada por los élétokes, una tribu melanesia que fue absorbida por los polinesios inmigrados durante el siglo XVIII. En 1841 se introdujo el protestantismo que trajo las consiguientes batallas entre las tribus evangelizadas y las que no. En 1866 se instaló la misión católica de La Roche, a la que Boniface nos lleva para que la visitemos.
Hoy de los 7.400 habitantes de Maré, el 80% son protestantes y el 20% católicos. Viven sobretodo de la agricultura hortícola casera.
A 7 km de La Roche una pista nos lleva a los acantilados del Salto del Guerrero. Según la leyenda aquí un guerrero, acorralado por sus enemigos, consiguió saltar esta brecha de 7 m de ancho mientras que sus perseguidores cayeron al mar. No sé, mucho me parecen a mi 7 m.
La carretera transcurre por la costa, bordeada de palmeras y jardines tropicales, y con acantilados coralinos de hasta 50 m de altura. Al cabo de un rato Boniface aparca el coche y nos lleva por un sendero hasta el Trou de Bone, una bonita dolina de origen cárstico, de 40 m de profundidad y rodeada de raíces de banianos centenarios.
Cerca de la población de Tadine hacemos otra parada, esta vez para contemplar el bellísimo aquarium natural, una piscina circular de aguas cristalinas tallada en el coral.
Finalmente Boniface nos conduce de vuelta al hotel. Ha sido una visita corta de la isla de Maré, algo relámpago, pero la excursión ha salvado la mañana. Además, al llegar al bungalow el sol se ha dejado ver unos minutos. ¡Aleluya!
Bueno...pues...tour-de-l'île, pienso. "Desolé Monsieur, voues êtes le seule et on ne le fait pas pour une seule personne". Ahora sí ya comienza el desespero. Me veía un día más aquí, aprisionado en el bungalow, leyendo y pasando el rato como fuera. Así que cojo los prismáticos y me dispongo a dar un paseo por los alrededores para ver si al menos veo alguna especie ornitológica nueva.
Cuando ya llevaba unos minutos de expedición oigo una voz que me grita "mesié mesié, tour-de-l'île!! Resulta que la recepcionista había encontrado a otro turista colgado como yo interesado en el tour. Así que nos enchufan a los dos en un coche y Boniface, un joven kanak que aparece en las fotos de todos los folletos, nos hace el tour.
La isla de Maré ha pasado de ser la oveja negra de las Loyauté a ser su joya. De un tamaño aproximado de la mitad de Ibiza, Maré es un mosaico de playas vírgenes y acantilados coralinos. Originalmente se llamaba Nengone y estaba poblada por los élétokes, una tribu melanesia que fue absorbida por los polinesios inmigrados durante el siglo XVIII. En 1841 se introdujo el protestantismo que trajo las consiguientes batallas entre las tribus evangelizadas y las que no. En 1866 se instaló la misión católica de La Roche, a la que Boniface nos lleva para que la visitemos.
Hoy de los 7.400 habitantes de Maré, el 80% son protestantes y el 20% católicos. Viven sobretodo de la agricultura hortícola casera.
A 7 km de La Roche una pista nos lleva a los acantilados del Salto del Guerrero. Según la leyenda aquí un guerrero, acorralado por sus enemigos, consiguió saltar esta brecha de 7 m de ancho mientras que sus perseguidores cayeron al mar. No sé, mucho me parecen a mi 7 m.
La carretera transcurre por la costa, bordeada de palmeras y jardines tropicales, y con acantilados coralinos de hasta 50 m de altura. Al cabo de un rato Boniface aparca el coche y nos lleva por un sendero hasta el Trou de Bone, una bonita dolina de origen cárstico, de 40 m de profundidad y rodeada de raíces de banianos centenarios.
Cerca de la población de Tadine hacemos otra parada, esta vez para contemplar el bellísimo aquarium natural, una piscina circular de aguas cristalinas tallada en el coral.
Finalmente Boniface nos conduce de vuelta al hotel. Ha sido una visita corta de la isla de Maré, algo relámpago, pero la excursión ha salvado la mañana. Además, al llegar al bungalow el sol se ha dejado ver unos minutos. ¡Aleluya!
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