sábado, 22 de diciembre de 2012

Floreana, la isla de las playas verdes

Punta Cormorán, Isla Floreana, Galápagos. El Beluga ha navegado esta noche desde Española (Hood) a Floreana (Charles). Amanecemos en Punta Cormorán, en el norte de Floreana, donde hay una laguna al pie de un pequeño volcán, y una playa de arena blanca al final de un sendero. Dicen que a menudo hay flamencos en la laguna. Desgraciadamente hoy las zancudas han decidido ir a otra parte.


Al tomar tierra nos percatamos que la arena de la playa tiene una tonalidad verdosa. George nos explica que es debido a la gran abundancia de olivino, un nesosilicato de hierro y magnesio de color verde.

Aquí, en Punta Cormorán, se encuentran varias plantas endémicas. Una de las más curiosas es la rarísima Scalesia villosa, con sus hojas puntiagudas cubiertas de pelusa blanca.

Darwin visitó Floreana en Septiembre de 1835. En la prisión local le informaron que los caparazones de la tortugas gigantes eran diferentes en cada isla, pero el joven científico no hizo mucho caso y no recolectó ninguna... quizás pesaban mucho. Hay que decir que Darwin tenía solo 22 años cuando se alistó como naturalista del Beagle y que su misión principal era "recolectar especímenes y enviarlos a Cambridge para su homologación a cargo de expertos". La teoría de la evolución vino luego. De hecho, tardó nada menos que 28 años en formularla y publicarla.

En 1929 se estableció aquí en Floreana un matrimonio alemán, los Wittmer. Durante su estancia tuvieron un hijo, Rolf, que fue la primera persona en nacer en las Galápagos. Los Wittmer recibieron muchas visitas de amigos y conocidos, algunos de los cuales se quedaron a vivir aquí también. Al final solo Margaret Wittmar sobrevivió, y fundó un hotelito, hoy en día regentado por sus descendientes. Escribió un libro: "Floreana: lista de correos". Margaret murió en 2.000.


El final del sendero conduce a una tranquila playa de arena blanca, de nuevo con leones marinos tomando el sol. Yo "dejo pasar" al resto del grupo y me quedo en compañía de mis perezosos compañeros. La sensación de descanso y placer ilimitados cuando ves a estos animales retozar y bostezar estirados en la arena no tiene precio.

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