Maupiti, Polinesia Francesa. Ayer fue uno de esos días que uno no olvida nunca: buceé entre 5 enormes mantarrayas.
Hay un lugar del lagon, justo en frente de la passe, donde acude frecuente-mente un clan de manta-rrayas para comer y asearse. Son 5, y siempre son las mismas. Les gusta este lugar coralino porque allí merodean los pececillos que les limpian de parásitos.
Me encontraba descansando en el motu Tiapaa, en la playa, cuando de repente se me ocurrió preguntarle a un lugareño si me llevaría con su bote a ver las mantarrayas ahora que ya se habían ido los del buceo.
Convencido que me diría que no porque era la hora de la siesta, se lo pensó un poco, miró su reloj y dijo allez, on y va. De repente noté uno de aquellos subidones de adrenalina típico de cuando éramos niños. Yo no acababa de estar preparado mentalmente pues estas bestias miden 3 y 4 m de envergadura y por mucho que te digan que no son peligrosas, estar allí, solo, con 5 gigantes de este calibre me daba un poco de canguelis. Sourtout, ‘faut pas les toucher -me dijo- ¿¡Tocarlas!? -exclamé sorprendido, mientras mi adrenalina tocaba máximos plasmáticos. Aita pea pea -le respondí en un perfecto tahitiano -”no problem”.
Me subí al bote y al llegar, a 300m escasos de la playa, me dice el amigo, están aquí, tírate. Me lancé al agua sin pensarlo dos veces, y...allí estaban, majestuosas, literalmente volando en el agua, 5 monstruos blanquinegros, que parecían bailar al son de una música que no se oía, pero que claramente debía ser de los Strauss, dando piruetas y ejecutando saltos mortales a cámara lenta. Alguna se acercaba tanto que entendí lo de no las toques. Fue una experiencia inolvidable: las 5 mantarrayas y yo
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