Tubuai, Islas Australes, Polinesia Francesa. Anteayer me anunció George que llegaba una turista a la isla, una francesa, en el avión de las 13h, y que iba a hospedarse en la pensión. Evidente, pues no hay más pensiones en Rimatara.
Mi imaginación pronto empezó a volar y a pensar en esa bella chica francesa, de larga cabellera rubia y ojos azules, que había decidido viajar sola por la Polinesia, buscando la paz y tranquilidad de los mares del Sur. Me la imaginaba ya paseando con su bicicleta Marie Claire por la carretera que bordea el mar, iluminada por la luz austral, con el viento jugueteando dulcemente con su pelo dorado y diciéndome tu viens te promener avec moi, Xavier? Por las noches iríamos a la playa a ver todos los colores de la Vía Láctea, el Centauro, la cruz del sur...y la del norte, y la del este, y la del oeste. Qué afortunado era yo, pues el próximo avión no llegaba hasta el viernes y no hay ningún popa’a más en la isla. Yo con miss France en una isla del Pacífico, solos.
Estaba yo tranquilamente en la pensión a las dos de la tarde, escribiendo mi post sobre el ‘ura cuando aparece George con la supuesta miss. Por respeto no voy a describirla aquí, simplemente seré educado y os diré que no era exactamente como me la había imaginado. De repente noté cómo un escalofrío me recorría desde la punta de la cabeza a la punta del dedo gordo del pie izquierdo.
Bueno, no seas cruel -pensé- seguro que como viaja sola será muy interesante. Pero pronto percibí que tampoco. La madame era una de esas personas que no paraba de hablar, de esas que parece que piensen en alto, que las cosas que dicen no sabes si van dirigidas a ti o al aire. Era un continuo ruido de fondo...hay mucho mosquito por aquí... no veo mi buscador de internet... no he parado de comer pescado en todo el viaje... menos mal que hace buen tiempo...Y fue entonces cuando comprendí que no todos los que viajan solos son interesantes: algunos viajan solos porque son unos plastas que nadie aguanta.
De repente me entran unas ganas repentinas de ir a dar un paseo en bici. Desaparezco casi arrastrándome por el suelo para no ser detectado. Pero claro, la isla es muy pequeña y al cabo de poco rato, como era previsible, me topo con ella, que también ha conseguido una bicicleta. ¿Dónde vas? -me pregunta. Esteee...por allá -le respondo poco convincentemente. Y sigue hablando y hablando, diciéndome dónde ha estado, que no sabe orientarse, que a cuánto está el pueblo, que a qué hora se cena, que si le da tiempo de ir al otro pueblo, que si hay mosquit...BASTAAAA Mira, yo me voy por allí, pero yo de ti iría por allá que es muy bonito -remarco indicándole una ruta exactamente a 180º de la mía. Ah, mais peut être je n’ai pas le temps...je t’accompagne alors -me contesta. Tierra trágame. ¡Cómo que no tiene tiempo si faltan más de 2h para cenar! -pienso intentando disimular mi cara descompuesta.
Pero eso no era todo. Mi racha de mala suerte no acababa aquí, no: en la cena averiguo que no solo voy a coincidir aquí en Rimatara los tres días que me quedan sino que cogemos el mismo vuelo para Tubuai el viernes, cual pareja en viaje de novios, y que, para colmo, compartiremos la misma pensión allí también. O sea, coleguis total. ¡Mira que hay islas! -me machacaban mis adentros. Y eso que el avión hace escala en Rurutu, una isla preciosa donde mi estupenda compañera podría haberse apeado y ya está. Pues no, hasta Tubuai, conmigo.
Esto lo escribo ahora desde Tubuai, la segunda de las tres Australes que voy a visitar y donde acabo de aterrizar. Y, como no quiero insistir el resto de días con esta historia, simplemente seguiré escribiendo el blog como si nada. Así que no preguntéis “cómo acabó todo”, que os conozco y sé que os encanta la broma. Mañana os cuento sobre Tubuai...la isla, la cual, desde la ventana, pinta muy bonita. Es una de estas islas con lagon sin passe, cerrada al acceso de los barcos, pero no a los "plastas", por desgracia.
Mi imaginación pronto empezó a volar y a pensar en esa bella chica francesa, de larga cabellera rubia y ojos azules, que había decidido viajar sola por la Polinesia, buscando la paz y tranquilidad de los mares del Sur. Me la imaginaba ya paseando con su bicicleta Marie Claire por la carretera que bordea el mar, iluminada por la luz austral, con el viento jugueteando dulcemente con su pelo dorado y diciéndome tu viens te promener avec moi, Xavier? Por las noches iríamos a la playa a ver todos los colores de la Vía Láctea, el Centauro, la cruz del sur...y la del norte, y la del este, y la del oeste. Qué afortunado era yo, pues el próximo avión no llegaba hasta el viernes y no hay ningún popa’a más en la isla. Yo con miss France en una isla del Pacífico, solos.
Estaba yo tranquilamente en la pensión a las dos de la tarde, escribiendo mi post sobre el ‘ura cuando aparece George con la supuesta miss. Por respeto no voy a describirla aquí, simplemente seré educado y os diré que no era exactamente como me la había imaginado. De repente noté cómo un escalofrío me recorría desde la punta de la cabeza a la punta del dedo gordo del pie izquierdo.
Bueno, no seas cruel -pensé- seguro que como viaja sola será muy interesante. Pero pronto percibí que tampoco. La madame era una de esas personas que no paraba de hablar, de esas que parece que piensen en alto, que las cosas que dicen no sabes si van dirigidas a ti o al aire. Era un continuo ruido de fondo...hay mucho mosquito por aquí... no veo mi buscador de internet... no he parado de comer pescado en todo el viaje... menos mal que hace buen tiempo...Y fue entonces cuando comprendí que no todos los que viajan solos son interesantes: algunos viajan solos porque son unos plastas que nadie aguanta.
De repente me entran unas ganas repentinas de ir a dar un paseo en bici. Desaparezco casi arrastrándome por el suelo para no ser detectado. Pero claro, la isla es muy pequeña y al cabo de poco rato, como era previsible, me topo con ella, que también ha conseguido una bicicleta. ¿Dónde vas? -me pregunta. Esteee...por allá -le respondo poco convincentemente. Y sigue hablando y hablando, diciéndome dónde ha estado, que no sabe orientarse, que a cuánto está el pueblo, que a qué hora se cena, que si le da tiempo de ir al otro pueblo, que si hay mosquit...BASTAAAA Mira, yo me voy por allí, pero yo de ti iría por allá que es muy bonito -remarco indicándole una ruta exactamente a 180º de la mía. Ah, mais peut être je n’ai pas le temps...je t’accompagne alors -me contesta. Tierra trágame. ¡Cómo que no tiene tiempo si faltan más de 2h para cenar! -pienso intentando disimular mi cara descompuesta.
Pero eso no era todo. Mi racha de mala suerte no acababa aquí, no: en la cena averiguo que no solo voy a coincidir aquí en Rimatara los tres días que me quedan sino que cogemos el mismo vuelo para Tubuai el viernes, cual pareja en viaje de novios, y que, para colmo, compartiremos la misma pensión allí también. O sea, coleguis total. ¡Mira que hay islas! -me machacaban mis adentros. Y eso que el avión hace escala en Rurutu, una isla preciosa donde mi estupenda compañera podría haberse apeado y ya está. Pues no, hasta Tubuai, conmigo.
Esto lo escribo ahora desde Tubuai, la segunda de las tres Australes que voy a visitar y donde acabo de aterrizar. Y, como no quiero insistir el resto de días con esta historia, simplemente seguiré escribiendo el blog como si nada. Así que no preguntéis “cómo acabó todo”, que os conozco y sé que os encanta la broma. Mañana os cuento sobre Tubuai...la isla, la cual, desde la ventana, pinta muy bonita. Es una de estas islas con lagon sin passe, cerrada al acceso de los barcos, pero no a los "plastas", por desgracia.
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