Tubuai, Islas Australes, Polinesia Francesa. Con un perímetro de 26 km, Tubuai es la mayor de las islas Australes y también el centro neurálgico del archipiélago.
Tubuai fue literalmente arrasada hace un año y medio por el ciclón Oli, cuyo ojo pasó exactamente por encima de la isla con vientos de hasta 250 km/h. Las olas, de 6 m de altura, sobrepasaron el arrecife sin problema, llegaron a la orilla, y se adentraron hasta 400 m en el interior. La playa que circunda la isla retrocedió 3 m y se ha quedado en una tímida franja que bordea el castigado litoral. De un restaurante que había cerca de la costa sólo queda su chimenea y el suelo:
Al atardecer salgo de paseo, y al minuto se para un coche. Veux-tu qu’on te dépose quelque part? -me preguntan la conductora y una mamille (anciana) que la acompaña. Venimos de ver a su hermana que está enferma. Si quieres hacemos el tour-de-l’île. Pues, por qué no, pienso. Esa es la Polinesia que me encanta: dar la vuelta a la isla son 26 km, quiero decir, que es tiempo y gasolina. Pero aquí el tiempo abunda y el dinero no importa.
Mamille Lioni me explica que el huracán duró ocho horas. Durante las cuatro primeras el viento vino del sud-este y arrasó ferozmente las casas más endebles. Era de noche. Luego paró en seco. No se movió ni una hoja durante 54 minutos. Era el ojo del huracán. Pero en el minuto 55, el viento volvió en dirección contraria, de sopetón, y durante cuatro horas más azotó todo de nuevo, lo que ya estaba devastado y parte de lo que había sobrevivido el primer episodio.
Durante las tres semanas siguientes la isla se quedó sin electricidad. La gente durmió en las iglesias o en las pocas casas que resistieron el huracán.
Wilson Doom, que es una especie de dios de la isla y al mismo tiempo el que regenta la pensión WIPA donde me alojo, dice haber vivido 7 ciclones ya. Esta región de la Polinesia es la más azotada por este tipo de tormentas tropicales.
Es una pena, no solo por la gente sino también porque las magníficas casas de antaño se ven reemplazadas por las MTR (Maison Terrestre Residence), casas prefabricadas, cuadradas, clónicas, anti-ciclón, que no tienen el menor encanto, pero que proporcionan un techo a los damnificados. La isla está llena de ellas.
No todos los afectados han tenido acceso a una MTR. Como estas niñitas, que todavía viven con su familia en su casa semidestruida.
Wilson Doom es un tipo... como decirlo... muy especial. Hoy nos ha preparado una escenificación en el marae de la isla. Para ello se ha puesto el traje de ceremonias y nos ha explicado la historia del lugar. Poca broma.
Su pensión se llama WIPA. Nada extraño hasta que te explica orgulloso su versión de lo que significa: Wilson Intervient Partout aux Australes, (Wilson interviene en todas las Australes), aunque la versión más oficial es Wind Island Program Austral. Me explica, muy serio, que su necesidad de promover la isla le viene de una charla con Louis XIV que tuvo hace tiempo en el Louvre. Ahí es nada!
En la pensión se aloja un doctorando en arqueología, francés, Emerich, que está realizando excavaciones en la isla. ¡Por fin alguien cuerdo!
Por la tarde doy un paseo por la iglesia del pueblo. Allí, me encuentro con unas chicas que han venido de Rapa, la más remota e inhóspita de las Australes. Se nota en su frescor.
Por la tarde Wilson nos lleva al motu, uno de esos lugares de postal para un final feliz.
Tubuai fue literalmente arrasada hace un año y medio por el ciclón Oli, cuyo ojo pasó exactamente por encima de la isla con vientos de hasta 250 km/h. Las olas, de 6 m de altura, sobrepasaron el arrecife sin problema, llegaron a la orilla, y se adentraron hasta 400 m en el interior. La playa que circunda la isla retrocedió 3 m y se ha quedado en una tímida franja que bordea el castigado litoral. De un restaurante que había cerca de la costa sólo queda su chimenea y el suelo:
Al atardecer salgo de paseo, y al minuto se para un coche. Veux-tu qu’on te dépose quelque part? -me preguntan la conductora y una mamille (anciana) que la acompaña. Venimos de ver a su hermana que está enferma. Si quieres hacemos el tour-de-l’île. Pues, por qué no, pienso. Esa es la Polinesia que me encanta: dar la vuelta a la isla son 26 km, quiero decir, que es tiempo y gasolina. Pero aquí el tiempo abunda y el dinero no importa.
Mamille Lioni me explica que el huracán duró ocho horas. Durante las cuatro primeras el viento vino del sud-este y arrasó ferozmente las casas más endebles. Era de noche. Luego paró en seco. No se movió ni una hoja durante 54 minutos. Era el ojo del huracán. Pero en el minuto 55, el viento volvió en dirección contraria, de sopetón, y durante cuatro horas más azotó todo de nuevo, lo que ya estaba devastado y parte de lo que había sobrevivido el primer episodio.
Durante las tres semanas siguientes la isla se quedó sin electricidad. La gente durmió en las iglesias o en las pocas casas que resistieron el huracán.
Wilson Doom, que es una especie de dios de la isla y al mismo tiempo el que regenta la pensión WIPA donde me alojo, dice haber vivido 7 ciclones ya. Esta región de la Polinesia es la más azotada por este tipo de tormentas tropicales.
Es una pena, no solo por la gente sino también porque las magníficas casas de antaño se ven reemplazadas por las MTR (Maison Terrestre Residence), casas prefabricadas, cuadradas, clónicas, anti-ciclón, que no tienen el menor encanto, pero que proporcionan un techo a los damnificados. La isla está llena de ellas.
No todos los afectados han tenido acceso a una MTR. Como estas niñitas, que todavía viven con su familia en su casa semidestruida.
Wilson Doom es un tipo... como decirlo... muy especial. Hoy nos ha preparado una escenificación en el marae de la isla. Para ello se ha puesto el traje de ceremonias y nos ha explicado la historia del lugar. Poca broma.
Su pensión se llama WIPA. Nada extraño hasta que te explica orgulloso su versión de lo que significa: Wilson Intervient Partout aux Australes, (Wilson interviene en todas las Australes), aunque la versión más oficial es Wind Island Program Austral. Me explica, muy serio, que su necesidad de promover la isla le viene de una charla con Louis XIV que tuvo hace tiempo en el Louvre. Ahí es nada!
En la pensión se aloja un doctorando en arqueología, francés, Emerich, que está realizando excavaciones en la isla. ¡Por fin alguien cuerdo!
Por la tarde doy un paseo por la iglesia del pueblo. Allí, me encuentro con unas chicas que han venido de Rapa, la más remota e inhóspita de las Australes. Se nota en su frescor.
Por la tarde Wilson nos lleva al motu, uno de esos lugares de postal para un final feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario