Maupiti, Polinesia Francesa. El Maupiti Express llegó este domingo en versión charter, cargado con un pasaje muy especial: familiares lejanos procedentes de Tahiti, Moorea, Huahine, Raiatea, Taha y Bora acudían a Maupiti para encontrarse con sus parientes de la isla y compartir una semana de recuerdos, historias, tradiciones, y también para hablar de tierras y herencias.
Solo doblar la passe, ya se podían oír por el lagon sus cánticos al son de los ukeleles. El Maupiti Express era una fiesta.
Desembarcaron cuatro clanes, cada uno identificable por el color de su camiseta: roja, azul, blanca o amarilla.
Tras el desembarque, se fueron en procesión hasta la escuela, donde se había habituado una gran sala con colchones en el suelo. Ancianos con niños, los bien acomodados con los no tan bien acomodados, todos mezclados, pues aquí no saben de manías.
De lo que sí saben, en cambio, es de pasárselo bien. Durante el día no cesan las actividades. Por las noches, a eso de las 8, después de cenar, el patio de la escuela se transforma en un festival. Yo ya espero ese momento del día para coger mi bici, acercarme y participar de la fiesta. Juegos, bromas, burlas, parodias teatrales, bailes, cantos y más cantos, y risas explosivas sin límite se suceden entre las paredes del recinto, de donde cuelgan largas listas genealógicas, para que cada uno “descubra” a sus familiares lejanos.
Todo natural, espontáneo, sin pizca de alcohol. No les hace falta, porque no hay pueblo más feliz en la faz de la Tierra que éste. Ahora mismo, a las 3 de la tarde mientras escribo esto, los estoy oyendo cantar en la lejanía. Se desternillan hasta en las misas. Mirad sinó estas fotos del oficio del domingo pasado.
Solo doblar la passe, ya se podían oír por el lagon sus cánticos al son de los ukeleles. El Maupiti Express era una fiesta.
Desembarcaron cuatro clanes, cada uno identificable por el color de su camiseta: roja, azul, blanca o amarilla.
Tras el desembarque, se fueron en procesión hasta la escuela, donde se había habituado una gran sala con colchones en el suelo. Ancianos con niños, los bien acomodados con los no tan bien acomodados, todos mezclados, pues aquí no saben de manías.
De lo que sí saben, en cambio, es de pasárselo bien. Durante el día no cesan las actividades. Por las noches, a eso de las 8, después de cenar, el patio de la escuela se transforma en un festival. Yo ya espero ese momento del día para coger mi bici, acercarme y participar de la fiesta. Juegos, bromas, burlas, parodias teatrales, bailes, cantos y más cantos, y risas explosivas sin límite se suceden entre las paredes del recinto, de donde cuelgan largas listas genealógicas, para que cada uno “descubra” a sus familiares lejanos.
Todo natural, espontáneo, sin pizca de alcohol. No les hace falta, porque no hay pueblo más feliz en la faz de la Tierra que éste. Ahora mismo, a las 3 de la tarde mientras escribo esto, los estoy oyendo cantar en la lejanía. Se desternillan hasta en las misas. Mirad sinó estas fotos del oficio del domingo pasado.
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