Maupiti, Polinesia Francesa. Aunque cueste creerlo, las casas de Maupiti, y de la mayoría de las islas del Pacífico, no tienen mucho encanto. La razón: los ciclones tropicales. Desde 1830 hasta la fecha, la Polinesia Francesa se ha visto afectada por 59 de estos fenómenos, repartidos entre aquí y allí. Y cuando toca, toca.
El peor de todos para Maupiti fue el ciclón Oséa, en 1997. Aquel mes de Noviembre cambió la fisonomía de la isla. Las casas de ladrillo, con sus patios y barandas, fueron devastadas (foto arriba). Sara me cuenta cómo vio volar el techo de la casa de al lado, y cómo el agua del lagon invadió el camino. A partir de entonces comenzó la reconstrucción, pero no a partir de las antiguas viviendas sino que vinieron casas prefabricadas de Francia, sencillas, anticiclón y... feas. Una de las características de estas casas es que no tocan al suelo sino que la sostienen pilares, algo así como los hórreos gallegos.
Si las casas no son para echar cohetes, los jardines sí. Los isleños emplean una gran parte de su tiempo libre recogiendo las hojas caídas, cortando el césped o regando. Incluso Simón, el invidente, se las apaña para recoger sus hojas, agachado, palpando el terreno con la mano. Por dentro son sencillas y funcionales. Abundan las telas de colores vivos con motivos florales (especialmente el hibiscus), muchas fotos familiares y adornos kitsch.
Pero lo que más destaca es que están todas abiertas de par en par. No saben qué es una llave. Aquí nadie roba nada, entre otras cosas porque en una isla pequeña se caza enseguida al ladrón. Pero también hay que decir que todas las casas están bien guardadas por un arsenal de perros dispuestos a descuartizarte en cuanto adivinen tus intenciones ¡En la casa donde vivo hay 8!
El peor de todos para Maupiti fue el ciclón Oséa, en 1997. Aquel mes de Noviembre cambió la fisonomía de la isla. Las casas de ladrillo, con sus patios y barandas, fueron devastadas (foto arriba). Sara me cuenta cómo vio volar el techo de la casa de al lado, y cómo el agua del lagon invadió el camino. A partir de entonces comenzó la reconstrucción, pero no a partir de las antiguas viviendas sino que vinieron casas prefabricadas de Francia, sencillas, anticiclón y... feas. Una de las características de estas casas es que no tocan al suelo sino que la sostienen pilares, algo así como los hórreos gallegos.
Si las casas no son para echar cohetes, los jardines sí. Los isleños emplean una gran parte de su tiempo libre recogiendo las hojas caídas, cortando el césped o regando. Incluso Simón, el invidente, se las apaña para recoger sus hojas, agachado, palpando el terreno con la mano. Por dentro son sencillas y funcionales. Abundan las telas de colores vivos con motivos florales (especialmente el hibiscus), muchas fotos familiares y adornos kitsch.
Pero lo que más destaca es que están todas abiertas de par en par. No saben qué es una llave. Aquí nadie roba nada, entre otras cosas porque en una isla pequeña se caza enseguida al ladrón. Pero también hay que decir que todas las casas están bien guardadas por un arsenal de perros dispuestos a descuartizarte en cuanto adivinen tus intenciones ¡En la casa donde vivo hay 8!
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