Rurutu, Islas Australes, Polinesia Francesa. Ayer aterricé en la isla de Rurutu, mi tercera isla Austral y última escala de este viaje. Se acerca el final y qué mejor que despedirme de esta fenua junto a las ballenas.
Yves Gentilhomme y su mujer Helène regentan la Pension Manotel, una de las mejores de toda la Polinesia, frente a una playa desierta. Yves, al que conozco de anteriores visitas a la isla, es un bretón afincado en Rurutu apasionado de la biología. En el jardín de su pensión tiene más de 300 especies vegetales de la Polinesia, y junto con Jean-Claude Thibault, llevan desde hace años el control ornitológico de la isla.
A medida que transcurre el paseo me doy cuenta de que todavía existen lugares tranquilos, apacibles y agradables en este planeta. Como estas playas, donde uno puede cabalgar sin que venga un policía y le diga "¿no sabe que está prohibido ir a caballo por la playa?"
Yves es una auténtica enciclopedia. Me cuenta que la isla ha sufrido grandes desastres ecológicos al importar la gran mayoría de las especies vegetales y de las aves terrestres que habitan hoy en día aquí. Una de las plantas que más daño ocasiona es una variedad trepadora que los americanos trajeron al Pacífico para camuflarse en tierra durante la segunda guerra mundial. Hay zonas de la isla que se encuentran prácticamente tapadas por un manto verde de sus hojas.
En el interior hay bosques de pino importado del Caribe. Yves me explica que esas extrañas “barbas de viejo” de color verde-gris que cuelgan de las ramas son en realidad un liquen muy sensible, que solo crece en ambientes con un aire purísimo ¡Buenas noticias para los ecologistas!
El interior de Rurutu es un verdadero vergel. Se cultiva una gran variedad de legumbres y frutas, como el noni. Pero por encima de todo destacan las plantaciones de taro, las más grandes de toda la Polinesia. Durante mucho tiempo, y todavía hoy en día en muchas familias, el taro constituyó la fuente principal de alimento.
Rurutu tiene un solo tiki, pero es de fama mundial: se trata de la estatua del dios A'a, cuyo original se encuentra en el British Museum. Es una figura de madera de 1,17 m, con numerosos otros mini-tikis incrustados en él. Yves se hizo hacer una réplica que tuvo expuesta en la entrada de su pensión, hasta que se la comió la carcoma. Otra personalidad que también quedó prendado de esta figura fue nada más y nada menos que Picasso, que mandó hacerse una copia en 1950 tras ver un ejemplar en el estudio de su amigo el escritor Roland Penrose.
Al acabar el día me voy un rato a la playa, a disfrutar de las últimas luces. Delante mío, una ballena levanta la cola como para darme las buenas noches.
Pero justo cuando dispongo a retirarme, noto unos remolinos extraños en la orilla. Me acerco a ver qué es ese jolgorio y me quedo estupefacto al ver que se trata de tres tiburones enloquecidos por la sangre de las cabezas de los peces que Helène ha tirado. Creo que mañana me bañaré en otro lugar.
Yves Gentilhomme y su mujer Helène regentan la Pension Manotel, una de las mejores de toda la Polinesia, frente a una playa desierta. Yves, al que conozco de anteriores visitas a la isla, es un bretón afincado en Rurutu apasionado de la biología. En el jardín de su pensión tiene más de 300 especies vegetales de la Polinesia, y junto con Jean-Claude Thibault, llevan desde hace años el control ornitológico de la isla.
Hoy, como casi cada día, me ha llevado a dar el tour-de-l’île, pero antes nos hemos acercado al puerto para comprar la cena de esta noche: pescado fresco.
A medida que transcurre el paseo me doy cuenta de que todavía existen lugares tranquilos, apacibles y agradables en este planeta. Como estas playas, donde uno puede cabalgar sin que venga un policía y le diga "¿no sabe que está prohibido ir a caballo por la playa?"
Yves es una auténtica enciclopedia. Me cuenta que la isla ha sufrido grandes desastres ecológicos al importar la gran mayoría de las especies vegetales y de las aves terrestres que habitan hoy en día aquí. Una de las plantas que más daño ocasiona es una variedad trepadora que los americanos trajeron al Pacífico para camuflarse en tierra durante la segunda guerra mundial. Hay zonas de la isla que se encuentran prácticamente tapadas por un manto verde de sus hojas.
En el interior hay bosques de pino importado del Caribe. Yves me explica que esas extrañas “barbas de viejo” de color verde-gris que cuelgan de las ramas son en realidad un liquen muy sensible, que solo crece en ambientes con un aire purísimo ¡Buenas noticias para los ecologistas!
El interior de Rurutu es un verdadero vergel. Se cultiva una gran variedad de legumbres y frutas, como el noni. Pero por encima de todo destacan las plantaciones de taro, las más grandes de toda la Polinesia. Durante mucho tiempo, y todavía hoy en día en muchas familias, el taro constituyó la fuente principal de alimento.
Rurutu tiene un solo tiki, pero es de fama mundial: se trata de la estatua del dios A'a, cuyo original se encuentra en el British Museum. Es una figura de madera de 1,17 m, con numerosos otros mini-tikis incrustados en él. Yves se hizo hacer una réplica que tuvo expuesta en la entrada de su pensión, hasta que se la comió la carcoma. Otra personalidad que también quedó prendado de esta figura fue nada más y nada menos que Picasso, que mandó hacerse una copia en 1950 tras ver un ejemplar en el estudio de su amigo el escritor Roland Penrose.
Al acabar el día me voy un rato a la playa, a disfrutar de las últimas luces. Delante mío, una ballena levanta la cola como para darme las buenas noches.
Pero justo cuando dispongo a retirarme, noto unos remolinos extraños en la orilla. Me acerco a ver qué es ese jolgorio y me quedo estupefacto al ver que se trata de tres tiburones enloquecidos por la sangre de las cabezas de los peces que Helène ha tirado. Creo que mañana me bañaré en otro lugar.
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