Confieso que antes de la lectura del libro, el término no se encontraba en mi diccionario personal. Y de hecho no sé si es una palabra inventada pues el procesador de texto con el que estoy escribiendo esto ahora mismo me señala “error”.
Aún así, me ha sido fácil deducir su significado pues creo que define muy bien lo que a fin de cuentas andamos buscando los viajeros: esa diferencia, esa novedad, esa sorpresa, esa música, ese sabor, ese olor, esa luz que nos espera en cada esquina de nuestros destinos, porque...la verdad, ¿dónde en Barcelona se puede ver un atardecer como el de la foto?
Heródoto -escribe Kapuscinski- es un reportero nato: viaja, observa, habla con la gente, escucha relatos, para luego apuntar todo lo que ha aprendido o, sencillamente, recordarlo. Tras leer el libro, me siento aprendiz de Heródoto, un Heródoto moderno, con máquina de fotos e Internet, un bloguero más, un no-turista (eso sí!), alguien que viaja en solitario para conocer al habitante, para escucharlo, para que me explique historias que no están en los libros.
A medida que avanzaba en su lectura, encontraba en Heródoto un alma hermana. ¿Qué lo empujaba a trasladarse de un lado para otro? ¿Qué le mandaba actuar, afrontar las dificultades del viaje, emprender una tras otra sus expediciones? Creo que la curiosidad por el mundo. El deseo de estar allí, ver todo aquello a cualquier precio y vivirlo en carne propia.
La otredad, en definitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario