George me lleva a dar un paseo con su jeep. Nos recorremos toda la isla, a 20 km/h. Me dice que en Rimatara hay que conducir despacio porque es tan pequeña que si vas deprisa llegas demasiado pronto. Eso sí que es filosofía slow.
Pero cuando todos nosotros frenaríamos, George apreta fuerte el acelerador: unos pollitos de gallina atraviesan la carretera. ¡Pero qué haces! ¡los vas a matar! -exclamo yo desesperado mientras se oye el chaf. Es la comida de los cerdos, me responde. Le intento razonar ecológicamente, y me contesta que los europeos se cuiden de Europa, que él sabe lo que tiene que hacer en su isla. Callo. Por suerte, también los alimenta con cocos.
Las Australes son diferentes del resto de islas polinésicas. Creo que una de las cosas que más las diferencia es su luz. Una luz clara, con un toque invernal, y un fondo de cielos azules oscuros, límpidos y libres de partículas. Seguramente debe ser debido a su aislamiento geográfico y a su latitud, sensiblemente más al sur que las islas de la Sociedad.
Rimatara, la menor de las Australes, tiene además la particularidad de que nadie la conoce todavía. La isla es un vergel de palmeras, mangos, papayas, pomelos, plataneros, y taro, un tubérculo muy preciado en estas islas. También se cultiva la patata, piña, naranja, y hortalizas, como este campo de zanahorias:
La altura máxima de la isla alcanza los 80 m. George, ex-alcalde de Rimatara tras 12 años de mandato, me cuenta orgulloso que antes medía 85 m pero que hizo cortar 5 para hacer una plataforma para la antena de telefonía y una alarma de tsunamis. A estas “alturas”, hasta hay bosques de pinos.
La isla está rodeada de una barrera de coral a poca distancia de la costa, con lo que el lagon es estrecho. No hay motus, como en las de la Sociedad. Además, debido a que aquí sí hay mareas, el lagon se vacía una vez al día.
El sur de la isla alberga una serie de pequeñas bahías protegidas por coral antiguo levantado por el movimiento tectónico de las placas, que son una preciosidad.
Cerca de la pensión se encuentra el cementerio real, donde están enterrados los reyes y reinas que gobernaron esta pequeña isla.
El carácter de sus habitantes es también diferente. Son más recatados que en Maupiti o Bora Bora. Saludan por la carretera, pero mantienen la distancia y no son tan interactivos. Sin ir más lejos, todavía no he conocido a un rimatariense fuera de George y Claudine, los de la pensión.Tampoco he oído una sola canción ni un ukelele. Y ni un sólo Xavier, Xavier!
En la plaza del pueblo se encuentra la iglesia y un enorme y viejo hotu, árbol cuyo fruto se utilizaba para pescar por envenenamiento.
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