Moorea, Polinesia Francesa. Llegó el día. Cuesta creerlo, pero sí, esto se acaba: esta noche cojo el avión de vuelta a Barcelona tras 40 días en Polinesia francesa.
Hoy un matrimonio francés que conocí en el Aranui y que vive en Moorea, me ha invitado a pasar el día en su casa. Mireille me recoge en coche en el hotel y me pasea por el interior de la isla hasta el Belvedère, lugar privilegiado y elevado desde donde se divisan las dos grandes bahías de la isla, la de Opunohu a la izquierda y la de Cook a la derecha, la primera muy salvaje todavía y la segunda ribeteada de casas en su costa.
Al regresar, Mireille se desvía por la Route des Ananas, así denominada porque atraviesa extensas plantaciones de piña, un negocio actualmente en boga en la isla.
Al descender hacia la bahía, alternan las vistas de los impresionantes picos y restos del gran cráter que una vez creó la isla. De vez en cuando la carretera transcurre por lugares que recuerdan nuestros bosques.
Finalmente llegamos a su casa, frente al lagon. Allí nos espera Daniel, su marido, que ha estado preparando la comida. La vista desde la terraza no puede ser más bonita: dirigida hacia el lagon y frente a las puestas de sol. Mireille me enseña una serie de puestas de sol fotografiadas desde aquí a lo largo del año que me dejan boquiabierto.
Tras la comida, a base de vegetales locales (árbol del pan, taro, mandioca, batata, etc...) y pescado (dorada y moluscos) Daniel ha preparado un postre muy original: helado de taro, inventado por él. Mireille me obsequia con un pote de mermelada de mango y otro de flor de tiaré para llevarme a casa.
Finalmente, me despido de mis amigos y me dirijo al muelle, donde cojo el último ferry para Papeete, el de las 17:45 h. Una vez a bordo, miro hacia arriba como queriendo saturarme de tanta belleza para retenerla unos cuantos días más. Son las últimas luces del día. Atrás, la Montagne Percée (montaña perforada) deja ver su pequeño y legendario agujero.
El Aremiti 5 anuncia su partida. Delante, los últimos rayos de sol alumbran tímidamente las cumbres de Tahiti.
Cuesta aceptar que esto se ha acabado, pero sé que volveré, como lo supe la última vez que pisé estas tierras, ahora hace un año. Adiós Polinesia, hasta muy pronto.
El Aremiti 5 anuncia su partida. Delante, los últimos rayos de sol alumbran tímidamente las cumbres de Tahiti.
Cuesta aceptar que esto se ha acabado, pero sé que volveré, como lo supe la última vez que pisé estas tierras, ahora hace un año. Adiós Polinesia, hasta muy pronto.
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