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domingo, 21 de julio de 2013

Ferry Moorea-Papeete

Tahiti, Polinesia Francesa. Moorea y Tahiti distan solo 17 km entre sí, un pelo más que Africa de España. El canal que las separa, sin embargo, tiene más de 2.000 m de profundidad. Debe haber pocos lugares en el mundo donde en una distancia tan corta se abra una brecha tan honda.

Tres navíos, el Aremiti Ferry (55 min), el Aremiti 5 (30 min) y el Terevau (30 min), conectan de una forma continua las dos islas, de manera que los tahitianos se trasladan de una a otra como quien coge el metro.

En el muelle de Moorea, mientras espero al Aremiti 5, veo llegar y zarpar el Terevau, con su característico color rojo, en menos de 30 minutos.

Un poco más tarde, a las 15:20 llega el Aremiti 5, cargado de pasajeros que han finalizado su semana laboral en Papeete y vuelven a sus hogares en Moorea. 

Realmente el ajetreo de ferries que van y vienen por este canal es impresionante.

También se puede hacer en avión, que tarda 7 minutos, pero casi todos prefieren el ferry por su practicidad: sin esperas y desde Papeete directamente, no desde el aeropuerto de Faa'a. Realmente, no entiendo muy bien la existencia de ese vuelo.

Al llegar a Papeete, el sol ha comenzado a bajar y los edificios se tiñen de esa luz tan bonita de los atardeceres del Pacífico.


Una vez en Tahiti, el perfil de Moorea al atardecer es sobrecogedor. A esa hora, muchos jóvenes salen a practicar su deporte favorito, el remo (va'a).

Las últimas luces dan el toque final fotográfico del día.

sábado, 20 de julio de 2013

Moorea: tour de l'île

Moorea, Polinesia Francesa. Dada su proximidad a Tahiti y su impresionante geografía, la isla de Moorea está incluida en la mayoría de los packs de los turistas que visitan Polinesia Francesa. Apodada isla mágica por sus atributos, Moorea dispone de una amplia oferta hotelera, playas de arena blanca, montañas sobrecogedoras, y una gran variedad de actividades náuticas y terrestres. Además, muchos franceses afincados en Polinesia la han elegido como lugar de residencia dada su proximidad a Papeete (media hora de ferry).


La mejor manera de verla es apuntándote a uno de los numerosos tours terrestres que ofrecen las agencias. Pero todavía mejor es descubrirla por sí solo, a tu aire. Así que busco una compañía barata de coches de alquiler (huyendo siempre de las clásicas y caras AVIS o Rentacar) y encuentro una que no está nada mal: Albert. El coche que me dan está un poco hecho polvo, pero total ¿para qué quiero un coche nuevo?


Lo primero que me encuentro es una impresionante higuera baniana, con un entresijo de raíces que parecen invadirlo todo.


Prosigo mi recorrido por la zona norte, bordeando la costa hasta la bahía de Opunohu (Moorea tiene dos grandes y únicas bahías que le dan esa forma original de épsilon vuelta hacia arriba). Desde allí parte la única carretera interior de la isla, que transcurre por el valle de Opunohu, poblado de vacas y acacias, con el espectacular pico del Mouaroa de telón de fondo.

La carretera sube y sube hasta llegar al Belvedère. Es pronto por la mañana y no han llegado los turistas todavía. Desde este lugar predilecto se divisan las dos bahías, la de Cook a la derecha y la de Opunohu a la izquierda, con el monte Rotui (899 m) en medio.

Retomo la carretera cuesta abajo, y al cabo de unos quilómetros giro a la derecha por la denominada routes des ananás (camino de las piñas), un camino sin asfaltar que transcurre por el interior a través de plantaciones de piñas hasta la bahía de Cook.


Desde la bahía de Cook se aprecia una vista del Mouaroa que me recuerda a los libros de aventuras y piratas de cuando era crío.

Sigo por la costa hacia el oeste, paso el golf y el aeropuerto y llego hasta el point-vue To'atea desde donde se divisa las instalaciones del hotel Sofitel y la isla de Tahiti al fondo.

Por la tarde regreso por la ruta costera hacia el hotel. Hago un alto en el pequeño puerto de Papetoai, con su iglesia redonda.

Camino de vuelta el sol ha comenzado a bajar y está dejando unas estampas de ensueño.

Una vez en el hotel, los tonos rojizos han alcanzado su máxima expresión. Ya sé que las puestas de sol son todo un clásico postalero, pero es que aquí no hay quien se resista a fotografiarlas.



viernes, 19 de julio de 2013

¿Ballenas?...¡ni una!

Moorea, Polinesia Francesa. Año tras año, las yubartas (también conocidas como ballena jorobada, o, en inglés, humpback whale) emprenden un viaje de 5.000 km desde la Antártida hasta las islas de los mares del sur, huyendo del frío y buscando un lugar seguro para sus ballenatos recién nacidos. 

Moorea se encuentra entre los destinos preferidos por esos gigantes. De Julio a Noviembre, una media docena de estos cetáceos merodea por el lado océano del arrecife, lo que significa una oportunidad de oro para los locales de hacer unos calerons sacando a los turistas para avistarlas y -por qué no- bañarse con ellas.

Hoy, 18 de Julio, me apunto al paseo que ofrece Bernard en su catamarán que sale del muelle del hotel Intercontinental. Solo subir a bordo nos previene que la temporada acaba de comenzar y que la mejor época es Agosto-Septiembre-Octubre, no Julio.

Así que a las 9 de la mañana nos embarcamos en busca de esos leviatanes. Parece que hay un poco de viento. Primeramente paramos para darnos un chapuzón con las rayas y los tiburones punta negra, ambos totalmente inofensivos, a pesar de que las primeras tienen un aguijón cuya picada te deja KO y los segundos una mandíbula de aspecto poco amistoso.


Mientras las rayas y los tiburones dan vueltas a nuestro alrededor, Mairé da de comer a una frigata

El viento va en aumento y las olas rompen con rabia en su contra.


Pasamos primero frente a la bahía de Opunohu, con el monte Mouaroa cubierto por las nubes. El crucero Paul Gauguin se halla fondeado en su entrada. Cada vez hace más viento.

Seguimos por la bahía de Cook. Curiosamente el famoso capitán fondeó en la bahía vecina, la de Opunohu, y no en ésta. Por alguna extraña razón, fue la otra la que se llevó su nombre.
 

El viento ya es tan fuerte que comienzo a pensar que no podremos dar la vuelta a la isla, y, en cuanto al avistamiento de ballenas ya lo doy por perdido. 

Esto me demuestra la lotería de estas actividades: el año pasado fue una maravilla, con el mar plano como una balsa y uno bañándose con las ballenas y sus crías. En esta ocasión, en cambio, entre el viento y que es mes de Julio, la salida ha sido un desastre. Nunca se sabe. Y el precio de cada salida (unos 60 €) no es como para ir probando cada día...

Pero bueno, si queréis saber cómo es esta excursión con aguas calmadas, vistas espléndidas del pico Mouaroa, y baño con ballenas... solo tenéis que pinchar aquí.

jueves, 18 de julio de 2013

Moorea

Moorea, Polinesia Francesa. Ayer me despedí de mi familia querida de Bora Bora para pasar unos días en Moorea, la isla vecina a Tahiti, a solo 45 min de ferry desde Papeete. 

Hoy, para variar un poco, activo la función foto stitching de la Sony RX-100 y practico un poco esta modalidad fotográfica en esta isla de espectaculares montañas y crestas volcánicas.

Como por ejemplo esta vista desde la carretera interior que lleva al Belvedere, con el impresionante pico de Mouaroa, o diente de tiburón:

O la fantástica vista desde el Belvedere mismo, con el monte Rotui a la derecha, la bahía de Opunohu, y de nuevo el pico Mouaroa, esta vez a la izquierda de la foto:

O esta pacífica playa del este, con la isla de Tahiti de fondo:

O la impresionante vista desde la terraza del Hotel Legends:

O simplemente una bonita puesta de sol:

Mañana volveré a la modalidad "normal".

domingo, 26 de agosto de 2012

Ultimo día en Polinesia








Moorea, Polinesia Francesa. 
Llegó el día. Cuesta creerlo, pero sí, esto se acaba: esta noche cojo el avión de vuelta a Barcelona tras 40 días en Polinesia francesa.

Hoy un matrimonio francés que conocí en el Aranui y que vive en Moorea, me ha invitado a pasar el día en su casa. Mireille me recoge en coche en el hotel y me pasea por el interior de la isla hasta el Belvedère, lugar privilegiado y elevado desde donde se divisan las dos grandes bahías de la isla, la de Opunohu a la izquierda y la de Cook a la derecha, la primera muy salvaje todavía y la segunda ribeteada de casas en su costa.

Al regresar, Mireille se desvía por la Route des Ananas, así denominada porque atraviesa extensas plantaciones de piña, un negocio actualmente en boga en la isla.

Al descender hacia la bahía, alternan las vistas de los impresionantes picos y restos del gran cráter que una vez creó la isla. De vez en cuando la carretera transcurre por lugares que recuerdan nuestros bosques.

Finalmente llegamos a su casa, frente al lagon. Allí nos espera Daniel, su marido, que ha estado preparando la comida. La vista desde la terraza no puede ser más bonita: dirigida hacia el lagon y frente a las puestas de sol. Mireille me enseña una serie de puestas de sol fotografiadas desde aquí a lo largo del año que me dejan boquiabierto.

Tras la comida, a base de vegetales locales (árbol del pan, taro, mandioca, batata, etc...) y pescado (dorada y moluscos) Daniel ha preparado un postre muy original: helado de taro, inventado por él. Mireille me obsequia con un pote de mermelada de mango y otro de flor de tiaré para llevarme a casa.

Finalmente, me despido de mis amigos y me dirijo al muelle, donde cojo el último ferry para Papeete, el de las 17:45 h. Una vez a bordo, miro hacia arriba como queriendo saturarme de tanta belleza para retenerla unos cuantos días más. Son las últimas luces del día. Atrás, la Montagne Percée (montaña perforada) deja ver su pequeño y legendario agujero.


El Aremiti 5 anuncia su partida. Delante, los últimos rayos de sol alumbran tímidamente las cumbres de Tahiti.

Cuesta aceptar que esto se ha acabado, pero sé que volveré, como lo supe la última vez que pisé estas tierras, ahora hace un año. Adiós Polinesia, hasta muy pronto.

sábado, 25 de agosto de 2012

Buceo con ballenas


Moorea, Polinesia Francesa. La mañana amanece calmada y sin viento. La luz matutina ilumina tímidamente las instalaciones del Hotel Intercontinental de Moorea.


Esta mañana me apunto al tour-de-l’île que Bernard ofrece en su catamarán. Es temporada de ballenas (la ballena yubarta) y es probable que avistemos alguna. El trayecto comienza con pocas perspectiva de éxito: tras 1h de búsqueda sólo hemos conseguido ver un soplido a lo lejos. Eso sí, los delfines abundan por doquier y el paisaje es espectacular.

Bernard abdica en la búsqueda de ballenas en este rincón y nos propone seguir con el tour. Ayer estaban en el otro lado -nos dice. Visitamos las dos grandes bahías de la isla: la de Opunohu y la de Cook. Bernard nos cuenta que el capitán Cook, en 1777, no ancló el Resolution precisamente en la bahía que lleva su nombre sino en la otra. Cosas de la toponimia. En su interior, los impresionantes restos del volcán que originó la isla hace 2 millones de años parecen sacados de un libro de aventuras. Claro -caigo en la cuenta- es que son precisamente los grabados de Moorea que los dibujantes de Cook representaron en sus láminas los que inspiraron a los escritores de aventuras.

Al llegar a la punta sur de la isla, siempre oteando el horizonte, de repente grito con todas mis fuerzas ¡là bas! Por fin, a cierta distancia de nuestro catamarán, se había producido un chapuzón, síntoma de que una ballena rondaba por allí. Nos acercamos y resulta que no era una, sino tres, una pareja con su ballenato. Están tranquilas, descansando y vigilando de cerca las travesuras del pequeño, un pequeño de 10 toneladas, por cierto.

La curiosidad del ballenato es tan fuerte que se nos acerca hasta prácticamente rozar el barco, momento en el cual emerge su ojo a la superficie para examinarnos detenidamente. Es un instante mágico. ¿Qué habrá pasado por su mente?

Estamos tentados de tirarnos al agua para verlas desde dentro. A Bernard no lo vemos muy por la labor, pero ante nuestra insistencia de que en Rurutu (Buceando con ballenas en Rurutu) la gente se baña cada dia con ellas, acaba claudicando. Al final, una pareja y yo nos tiramos al agua. Al desvanecerse las burbujas que produce nuestro chapuzón, aparecen la siluetas de los cetáceos, justo a nuestro lado. La adrenalina está en "máximos históricos".

Acto seguido el ballenato, absorto por la curiosidad de saber qué son estos seres que flotan en la superficie, se dirije directo hacia mí, como si quisiera tocarme, y noto que me mira. Es una mirada intensa, misteriosa. De nuevo me invade la curiosidad ¿qué piensa?

Tras una hora de intensas emociones con estos increíbles animales, Bernard pone rumbo de regreso. A lo lejos, el ballenato parece enviarnos un adiós con su cola.