Papeete, Polinesia Francesa. Hoy es mi último día en las Cook, y si no escribo esto reviento...lo siento.
Son las 10 de la mañana. Estoy en el aeropuerto, esperando mi vuelo de regreso a Papeete de las 12. A lo largo de mi estancia en Islas Cook he intentado "perdonar" el carácter de la gente de este país pensando que mis desafortunados encuentros habían sido fruto de la casualidad, pero hoy he visto que no, que el carácter cooquiano es muy diferente al del tahitiano.
Ayer me metí por un camino sin asfaltar intentando sacar una foto de una casa con el volcán de fondo. Se me acerca un lugareño, le digo buenos días y me responde con el dedo levantado amenazando "¿qué hace Vd aquí? ¿no sabe que esto es propiedad privada? ¿no sabe que le puedo demandar por lo que está haciendo? váyase inmediatamente" Gloops...OK, quizás me había metido donde no debía, pero nunca me habían amenazado así en "los mares del sur".
En el tour en barco por el lagon de Aitutaki, la familia cooqueña esa "tan simpática" ya se había agenciado mi gorra cuando me di cuenta de que no la tenía localizada. Al insistir en que la había dejado en el barco y que tenía que aparecer sí o sí, salta una y me dice abriendo su bolsa: ¿es ésta?
Hoy en el hotel, día de mi partida, los empleados ni siquiera tienen el detalle de despedirse. No pretendo que lloren o me abracen como en Mangareva la semana pasada, pero al menos un adiós. Nada.
En el aeropuerto tres cuartos de lo mismo: los agentes son secos y altivos, la empleada de la oficina de cambio me trata como a un perro, los de security mejor ni acercarse. Ah, y encima, paga 55 $ por salir del país. Por cierto, casi se me olvida: a mi llegada me revisaron la maleta de arriba a abajo, algo que nunca me había ocurrido en Papeete. Bueno...y así podría continuar hasta hartarme.
Finalmente, me pongo en la cola de Air Tahiti y un anciano tahitiano que volvía a su país y que no conocía de nada, se me acerca, me da la mano, me saluda "ia orana" y se vuelve a su lugar. Esa es mi gente.
En el avión, la alegría va in crescendo a medida que me acerco a Tahiti: las azafatas vuelven a ser simpáticas, me permiten cambiar de asiento (en Air Rarotonga me lo prohibieron), y los pasajeros han recuperado la sonrisa y la espontaneidad. Por la ventana aparecen ya las primeras vistas de Tahiti. Recupero el buen rollo.
Al aterrizar en Papeete, tres tahitianos nos reciben con sus cantos acompañados al ukelele, una bellísima azafata me da una flor de tiaré, los de la aduana me reciben con una sonrisa, y nadie me abre la maleta. Fuera las despedidas vuelven a ser emotivas.
Tan contento y feliz me siento que me viene una lágrima de la emoción.
Hoy en el hotel, día de mi partida, los empleados ni siquiera tienen el detalle de despedirse. No pretendo que lloren o me abracen como en Mangareva la semana pasada, pero al menos un adiós. Nada.
En el aeropuerto tres cuartos de lo mismo: los agentes son secos y altivos, la empleada de la oficina de cambio me trata como a un perro, los de security mejor ni acercarse. Ah, y encima, paga 55 $ por salir del país. Por cierto, casi se me olvida: a mi llegada me revisaron la maleta de arriba a abajo, algo que nunca me había ocurrido en Papeete. Bueno...y así podría continuar hasta hartarme.
Finalmente, me pongo en la cola de Air Tahiti y un anciano tahitiano que volvía a su país y que no conocía de nada, se me acerca, me da la mano, me saluda "ia orana" y se vuelve a su lugar. Esa es mi gente.
En el avión, la alegría va in crescendo a medida que me acerco a Tahiti: las azafatas vuelven a ser simpáticas, me permiten cambiar de asiento (en Air Rarotonga me lo prohibieron), y los pasajeros han recuperado la sonrisa y la espontaneidad. Por la ventana aparecen ya las primeras vistas de Tahiti. Recupero el buen rollo.
Al aterrizar en Papeete, tres tahitianos nos reciben con sus cantos acompañados al ukelele, una bellísima azafata me da una flor de tiaré, los de la aduana me reciben con una sonrisa, y nadie me abre la maleta. Fuera las despedidas vuelven a ser emotivas.
Tan contento y feliz me siento que me viene una lágrima de la emoción.
Amigos, ante la duda: definitivamente Polinesia Francesa antes que Cook Islands.