Vila do Maio, Maio, Cabo Verde. Geológicamente hablando, Maio es la isla más antigua del archipiélago, con lo que ya no quedan prácticamente restos del volcán que la originó. Es un lugar plano, con largas playas de arena dorada y abundantes salinas.
Durante décadas, Maio fue explotada por su sal. A mediados del siglo XIX llegaban un centenar de buques cada año en busca del preciado material, que en esta isla se producía a precios extraordinariamente bajos. Su destino: Norteamérica y Brasil.
Gracias a esas idas y venidas de los navíos, los habitantes de Maio podían intercambiar productos con los anglosajones. A los ingleses les traía loco la carne seca de oveja, una especie de cecina (tchassina), que cambiaban por objetos decorativos y utensilios.
Hace poco menos de un siglo, la sal era transportada por asnos hasta el muelle. Dos buxas por viaje, un total de 80 kg. Las mujeres cargaban los sacos en sus cabezas. Hacían falta al menos 14 viajes de ida y vuelta para ganar 12 escudos (unos 10 céntimos de euro).
Pero la competencia de la sal procedente de Marruecos y de la isla de Sal, aquí en Cabo Verde, afectó la economía de Maio. A todo eso, las frecuentes sequías y hambrunas agravaban más la situación, con lo que muchos maienses tuvieron que partir a otras tierras, pa terra longi, como tan a menudo conmemoran las canciones de este país.
Exactamente lo contrario de lo que ocurre hoy. La isla está incrementando su población a pasos agigantados, y no precisamente de gente que viene a trabajar la sal o a elaborar tchassina, sino de jubilados europeos que encuentran aquí el paraíso soñado: buen tiempo, aguas turquesa, arena dorada, pescado fresco, buen rollo, y todo a un precio de escándalo.
Hoy mismo he comido en la playa un carpaccio de serra al aceite de oliva y pimienta, acompañado de arroz, un zumo fresco de papaya y banana, una cerveza y un cortado por algo menos de 7 euros (en la foto siguiente solo hay que dividir por 100 para obtener los precios aproximados en euros)
Durante décadas, Maio fue explotada por su sal. A mediados del siglo XIX llegaban un centenar de buques cada año en busca del preciado material, que en esta isla se producía a precios extraordinariamente bajos. Su destino: Norteamérica y Brasil.
Gracias a esas idas y venidas de los navíos, los habitantes de Maio podían intercambiar productos con los anglosajones. A los ingleses les traía loco la carne seca de oveja, una especie de cecina (tchassina), que cambiaban por objetos decorativos y utensilios.
Hace poco menos de un siglo, la sal era transportada por asnos hasta el muelle. Dos buxas por viaje, un total de 80 kg. Las mujeres cargaban los sacos en sus cabezas. Hacían falta al menos 14 viajes de ida y vuelta para ganar 12 escudos (unos 10 céntimos de euro).
Pero la competencia de la sal procedente de Marruecos y de la isla de Sal, aquí en Cabo Verde, afectó la economía de Maio. A todo eso, las frecuentes sequías y hambrunas agravaban más la situación, con lo que muchos maienses tuvieron que partir a otras tierras, pa terra longi, como tan a menudo conmemoran las canciones de este país.
Exactamente lo contrario de lo que ocurre hoy. La isla está incrementando su población a pasos agigantados, y no precisamente de gente que viene a trabajar la sal o a elaborar tchassina, sino de jubilados europeos que encuentran aquí el paraíso soñado: buen tiempo, aguas turquesa, arena dorada, pescado fresco, buen rollo, y todo a un precio de escándalo.
Hoy mismo he comido en la playa un carpaccio de serra al aceite de oliva y pimienta, acompañado de arroz, un zumo fresco de papaya y banana, una cerveza y un cortado por algo menos de 7 euros (en la foto siguiente solo hay que dividir por 100 para obtener los precios aproximados en euros)
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