Aquí hay actividad todo el día: pescadores, surfistas, turistas que van y vienen de sus excursiones marinas, o simplemente lugareños que pasean o se acercan a curiosear.
Durante el día el surf es una de las actividades preferidas. Los jóvenes del pueblo aprovechan para tirarse desde aquí y ganar terreno a las olas.
A partir de las 5, cuando baja el sol, todo se tiñe de una luz anaranjada, única y característica del lugar, originada por las partículas en suspensión que trae el viento del Sahara. A partir de entonces te puedes quedar horas con tu cámara, hasta bien entrada la noche, porque sabes que con esa luz y en este lugar tienes asegurada una buena sesión fotográfica.
Van pasando cosas y hay que estar muy atento. Por ejemplo, de repente un niño sale del agua tiritando de frío porque ha apurado demasiado su baño. Su cara no puede ser más expresiva.
Cada día, también, tras ponerse el sol sale la misma barca a pescar. Otro buen momento para la postalita.
Más tarde, cuando la playa se queda vacía de gente, aparecen los correlimos tridáctilos, corriendo delante las olas, para pillar los últimos gusanillos del día.
Al última hora te encuentras con los pescadores llevando sus trofeos a los restaurantes.
Pero los atardeceres en los trópicos son rápidos y el día toca a su fin: las últimas luces son para los pensadores.
Y así día tras día, en el fantástico y distraído muelle de Santa María do Sal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario