Dubai, Emiratos Arabes Unidos. A eso de las 4 de la tarde, saturado de tanta tienda en el centro comercial, me siento en una terraza que da justo al estanque artificial frente al Burj Khalifa. A partir de las 18 h, y cada 30 minutos, suena una canción por los micrófonos y tienen lugar un espectáculo de fuentes y luces, así que aprovecho para descansar, comer algo y esperar. Al ponerse el sol, caen las primeras fotos del edificio y sus entornos.
Esto es descomunalmente alto. Alcanza los 828 m. Su construcción duró 6 años, de 2004 a 2010, y costó 3.000 millones de euros. Mide más del doble que el Empire State o las desaparecidas Torres Gemelas.
A las 6 en punto comienza a sonar la primera canción sincronizada con las fuentes y las luces. Debo confesar que es de piel de gallina. Los chorros más altos alcanzan los 150 m y la presión que le meten al agua para que alcance esta altura es tan fuerte que cuando salen disparados se producen unos estampidos que parecen cohetes.
Cada 30 minutos y hasta las 11 de la noche se repite el mismo espectáculo con una canción diferente. Hay mucha gente, sobretodo en el puente, la mayoría con su brazo estirado: no, no están cantando el cara al sol, están todos grabando con su móvil.
Llega la noche y comienzan los reflejos. Realmente, valía la pena una parada en Dubai.
Y ¡cómo no! no podía faltar una estatua de Fernando Botero:
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