Kaiteriteri, South Island, Nueva Zelanda. Uno de los parques nacionales más populares de Nueva Zelanda es el Abel Tasman, en el noroeste de la isla Sur. Es también uno de los más pequeños, con solo 25x20 km.
Su popularidad se debe a las numerosas playas de arena color naranja, sus trekkings memorables con posibilidad de alojamiento, e infinidad de ofertas de kayaking. Aunque a decir verdad, aquí mismo en Kaiteriteri ya hay unas playitas que invitan a quedarse y ahorrarse toda la movida, pero bueno:
Vencida la tentación y, por aquello de conocer mundo, en Kaiteriteri me subo a un sea-shuttle, una especie de autobús marino que recorre la costa este del parque haciendo paradas para soltar y recoger excursionistas. La verdad es que tanta organización le quita bastante autenticidad al parque. Al final uno no sabe si está en plena naturaleza o en un grandísimo parque de atracciones muy bien ajardinado y cuidado.
Aquí el plan es o andar o hacer kayac, aunque yo no voy a hacer ni uno ni lo otro. Curiosamente no hay ni un alma tomando el sol o bañándose, y eso que hace calorcito. Tengo que preguntar si es por los tiburones o por la capa de ozono.
La mayoría de gente viene aquí a hacerse el parque de arriba a abajo, haciendo noches en los numerosos campings para backpackers que hay a lo largo del sendero. Si te cansas o quieres volver a Kaiteriteri, solo tienes que esperar el shuttle que acudirá puntual a tu playa a la hora marcada. Si llegas un minuto tarde y pierdes el último shuttle del día tendrás que quedarte a dormir una noche más.
Le pregunto a un francés en el barco si te encuentras a mucha gente en los trekkings, y me dice un poco decepcionado que sí. Por lo que me cuenta me lo imagino por un instante como pasear por la carretera de las aguas de Barcelona en domingo.
De regreso a Kaiteriteri a las 12 del mediodía, cojo el coche y me dirijo hasta Collingwood, en la cara norte del parque, donde pasaré la noche. Antes de llegar, en Takaka, tomo un desvío a la derecha que me lleva por un camino de tierra hasta la solitaria playa de Totaranui. Aquí la cosa es más auténtica y hay muy poca gente. La arena es de color naranja intenso.
Un cormorán pío (Phalacrocorax varius) se acaba de zampar un enorme pez delante mío. Ahora ha salido a la orilla para secar sus alas y hacer la digestión. Estos bichos se tragan los peces todavía vivos como si nada. Siempre me he preguntado qué sensación tan desagradable debe ser tener un pez moviéndose como un loco en tu estómago.
Su popularidad se debe a las numerosas playas de arena color naranja, sus trekkings memorables con posibilidad de alojamiento, e infinidad de ofertas de kayaking. Aunque a decir verdad, aquí mismo en Kaiteriteri ya hay unas playitas que invitan a quedarse y ahorrarse toda la movida, pero bueno:
Vencida la tentación y, por aquello de conocer mundo, en Kaiteriteri me subo a un sea-shuttle, una especie de autobús marino que recorre la costa este del parque haciendo paradas para soltar y recoger excursionistas. La verdad es que tanta organización le quita bastante autenticidad al parque. Al final uno no sabe si está en plena naturaleza o en un grandísimo parque de atracciones muy bien ajardinado y cuidado.
Aquí el plan es o andar o hacer kayac, aunque yo no voy a hacer ni uno ni lo otro. Curiosamente no hay ni un alma tomando el sol o bañándose, y eso que hace calorcito. Tengo que preguntar si es por los tiburones o por la capa de ozono.
La mayoría de gente viene aquí a hacerse el parque de arriba a abajo, haciendo noches en los numerosos campings para backpackers que hay a lo largo del sendero. Si te cansas o quieres volver a Kaiteriteri, solo tienes que esperar el shuttle que acudirá puntual a tu playa a la hora marcada. Si llegas un minuto tarde y pierdes el último shuttle del día tendrás que quedarte a dormir una noche más.
Le pregunto a un francés en el barco si te encuentras a mucha gente en los trekkings, y me dice un poco decepcionado que sí. Por lo que me cuenta me lo imagino por un instante como pasear por la carretera de las aguas de Barcelona en domingo.
De regreso a Kaiteriteri a las 12 del mediodía, cojo el coche y me dirijo hasta Collingwood, en la cara norte del parque, donde pasaré la noche. Antes de llegar, en Takaka, tomo un desvío a la derecha que me lleva por un camino de tierra hasta la solitaria playa de Totaranui. Aquí la cosa es más auténtica y hay muy poca gente. La arena es de color naranja intenso.
Un cormorán pío (Phalacrocorax varius) se acaba de zampar un enorme pez delante mío. Ahora ha salido a la orilla para secar sus alas y hacer la digestión. Estos bichos se tragan los peces todavía vivos como si nada. Siempre me he preguntado qué sensación tan desagradable debe ser tener un pez moviéndose como un loco en tu estómago.
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