lunes, 18 de febrero de 2013

¡Por fin Nueva Zelanda!

Akaora, South Island, Nueva Zelanda. Por fin en la tierra de los maorís. Ayer aterrizaba en Christchurch procedente de Sidney, Bangkok y Dubai. Un viaje largo de por sí, que he fraccionado en dos escalas para hacerlo más soportable. La compañía aérea Emirates ha sido mi gran descubrimiento.

Tres horas de vuelo separan Sydney de este país. Ya desde el avión, en la pista de aterrizaje de CHC, se adivina una luz diferente: brillante, límpida, pura, oceánica. Al bajar, en el finger, las paredes están forradas de un fondo de jungla y una grabación reproduce el canto de los pájaros. El personal del aeropuerto es amable, atento y alegre. Esto pinta bien. 


Me acerco a la compañía local Jucy de alquiler de coches y recojo mi pequeño Nissan que tenía reservado. Son las 6 de la tarde y mi reloj interno anda hecho un lío, así que me acerco al hotel de aeropuerto, alquilo una habitación y caigo rendido hasta la madrugada del domingo. 

Tras una noche en Christchurch, agarro el coche y comienzo mi periplo de un mes por la isla sur.

Mi primera parada es en Akaroa, 90 km al sur de Christchurch, donde tengo una cita con los pingüinos. La compañía Pohatu Penguins organiza una excursión de un día por la península de Banks, con dormida en medio de una colonia de pingüino enano. Esta es la ruta:
Al llegar a la pequeña y turística localidad de Akaroa en la península de Banks (por cierto, Banks era el botánico que acompañaba al capitán Cook), me paseo por sus calles y por el waterfront.

Hay dos cruceros fondeados en la bahía, con lo que esto está lleno de abuelitos anglosajones (los abuelitos ingleses, irlandeses, neozelandeses y australianos tienen todos el mismo aspecto: amabilísimos, felices y parlanchines). A la hora de regreso al barco, hacen lo que más les gusta: cola.

He quedado con los de Pohatu Penguin Colony a las 12:30, así que todavía me quedan un par de horas. Aprovecho para comprar los víveres para pasar el día en la cabaña, y tomar un café en la popular Trading Rooms, frente a la bahía.

A la hora prevista, aparece Kevin que me lleva en su van hasta mi hogar en la bahía de Flea, donde reside la principal colonia de pingüino enano
(Eudyptula minor) de la zona. El trayecto es espectacular, lástima del tiempo que no acompaña (espero que sea solo hoy porque si esto se alarga me va a coger algo).

Al llegar, Kevin me muestra mi “casita de la pradera”. Parece sacada de un western, toda de madera y con un sillón en la terraza.

El lugar es muy bello y tranquilo. Doy un paseo por la playa y me encuentro con una colonia de gansos semidosmésticos, y con una familia de ostrero variable (Haematopus unicolor)


Los pingüinos de la colonia acuden a tierra únicamente por la noche. Durante el día están pescando en el mar. Sherinne, la conservacionista que regenta el lugar, me explica que cuando llegaron con su marido Francis en 2000 había 714 parejas reproductoras. Hoy, 13 años después, hay 1374. Todo un éxito.


Por los alrededores, Sherinne ha colocado cajas-nido para facilitarles la vida. La de la foto, ubicada frente a su casa, contiene un pollo a punto de independizarse.

Hace algunos años se encontró con uno ciego. Lo adoptó y desde entonces cada día le da de comer y lo lleva a bañarse a la laguna. Es increíble la devoción que tiene esta mujer por esos animales.

Tras una noche de silencio total, amanece en la pacífica bahía de Flea. ¡Y hace sol!

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