viernes, 21 de junio de 2013

El Cap Corse, el dedo pulgar de Córcega

Bastia, Córcega. La isla de Córcega es uno de mis destinos cercanos preferidos y que más recomiendo a aquellos que pueden viajar fuera de los meses de julio y agosto. Sí; no se os ocurra visitar la isla durante el verano, especialmente si pensáis ir a las playas del sur, porque están a rebosar de turistas, sobretodo italianos, hay colas en los restaurantes, cuesta encontrar parking, y bueno...todo eso que tanto quita el encanto de los lugares encantadores.

Mi primer contacto con la isla fue en 1989, cuando llegué con mi propio coche, desde Barcelona a Marsella y, desde allí, en ferry hasta Bastia. El buque se llamaba "el Napoleón", sin duda el hijo de esta isla mejor conocido. El trayecto en ferry dura 10 horas. Una buena opción es cogerlo por la tarde-noche para despertarse en destino.

Desde 1989 ha llovido mucho...Tanto que he regresado tres veces más, la última el año pasado, por lo que a lo largo de los próximos posts iréis viendo fotos de diferentes épocas.

En aquel primer viaje decidí dar la vuelta a la isla. Error! aunque Córcega es relativamente pequeña (aproximadamente 180 km de largo por 85 km de ancho) su interior es muy montañoso por lo que esto es el reino de las curvas y uno acaba haciendo literalmente miles de kilómetros.


La isla de Córcega (La Corse) forma parte del territorio francés, aunque geográficamente está más cerca de Italia que de nuestro país vecino. De hecho, fue italiana (genovesa) antes que francesa y de ahí que su lengua autóctona, el corso, "suene a italiano".
Mi punto de llegada, Bastia, es una ciudadela portuaria situada en la costa noreste. Junto con Ajaccio, Bastia es una de las dos capitales de la isla. Aquí me alojo en un hotelillo barato, del que solo espero un buen colchón, mientras disfruto del anochecer en su puerto, con los restaurantes iluminados y la luces reflejadas en sus aguas calmadas. Afuera, la luna llena ilumina la bocanada del puerto medieval, con sus dos fantásticos espigones, el Môle Genois a la izquierda y la Jetée du Dragon a la derecha, que culmina 
en un antiguo faro de 1861.


A la mañana siguiente pongo rumbo hacia el Norte. Mi intención es dar la vuelta a esa especie de "dedo pulgar levantado" que es el Cap Corse.

Mi primera parada, la marina de Erbalunga, es un antiguo asentamiento costero caracterizado por su torre genovesa del siglo XVI, su castillo feudal y sus viejas casas de piedra. Con el paso del tiempo, el antiguo pueblo de pescadores se ha transformado en uno de esos lugares chic elegido por artistas y famosos.

Siguiendo hacia el norte uno atraviesa paisajes de corte típicamente Mediterráneo, donde los pequeños pueblos conservan el aire de antaño. El maquis, esa especie de mezcla de matorral y arbusto, cubre la práctica totalidad del extremo norte de la península, donde los fuertes vientos impiden el crecimiento de árboles mayores. Jaras, asfódelos, cardos, ciclámenes, lavandas, brezos, zarzaparrillas...nombres tan mediterráneos que solo pronunciarlos me traen los aromas de ese mar querido.

Una vez en la costa oeste del Cap Corse, me acerco hasta el pequeño puerto de Centuri. Desde este lugar, ya mencionado por Tolomeo, se cargó vino, aceite y cítricos con destino a Italia y Francia 
durante siglos. Hoy su principal actividad es la pesca de la langosta, con una producción anual 3.000 kg al año.


Rumbo sur y bordeando la costa, me cruzo con con poblaciones como Pino, Canari y Nonza. Esta última con una enorme playa de arena gris secundada por su imponente torre genovesa. Este es, dicen, uno de los pueblos más bonitos de la isla. Desde sus viejas casas de piedra se accede al mar por empinadas escaleras.


Pero no dispongo de mucho tiempo y debo hacer noche en Saint Florent, lugar tranquilo donde la gente pasa su tiempo libre jugando al deporte nacional: la petanca.



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