Tikehau, Archipiélago de las Tuamotu, Polinesia Francesa. No hay mucha cosa que hacer en un pequeño motu de un atolón en medio del océano Pacífico...y todavía menos si el agua está turbia y hace un viento del carajo (aunque aquí no hay grajo que vuele bajo). Así que me lo tomo con filosofía y me dedico a observar a los cangrejos ermitaños que deambulan por la playa.
Curiosa vida la de estos crustáceos. Elijo un lugar en la arena y me siento. Por el momento, nada se mueve. Pero a los pocos segundos, todas las conchas y conchitas que parecían muertas sobre la arena se ponen en movimiento como por arte de birlibirloque, unas para aquí otras para allá. Son los cangrejos ermitaños, esos seres de aspecto “alienesco” que se agencian una concha vacía de caracol para protegerse de los peligros externos, y que la acarrean consigo allá donde vayan.
Me distraigo cogiéndolos con la mano y depositándolos allí donde me plazca. Al cabo de unos segundos, sacan las patas -que tenían doblegadas a modo de “puerta de seguridad”- asoman la cabeza con dos enormes ojos, mueven las antenas y comienzan a desplazarse lentamente hacia un lugar más seguro que el que tú has escogido.
Me hubiera gustado pillar un “cambio de casa”, ese momento en que el animalillo ya ha crecido tanto que necesita una habitación más grande. Debe ser un momento muy personal, en que por unos momentos, el cangrejo deja ver sus partes más íntimas, esas que siempre quedan dentro la caracola, algo así como “quedarse en pelotas”.
Por el momento me contento con una grisácea puesta de sol en la playita de los bernard l’ermite, como es como llaman aquí a esos monstruitos.
Curiosa vida la de estos crustáceos. Elijo un lugar en la arena y me siento. Por el momento, nada se mueve. Pero a los pocos segundos, todas las conchas y conchitas que parecían muertas sobre la arena se ponen en movimiento como por arte de birlibirloque, unas para aquí otras para allá. Son los cangrejos ermitaños, esos seres de aspecto “alienesco” que se agencian una concha vacía de caracol para protegerse de los peligros externos, y que la acarrean consigo allá donde vayan.
Me distraigo cogiéndolos con la mano y depositándolos allí donde me plazca. Al cabo de unos segundos, sacan las patas -que tenían doblegadas a modo de “puerta de seguridad”- asoman la cabeza con dos enormes ojos, mueven las antenas y comienzan a desplazarse lentamente hacia un lugar más seguro que el que tú has escogido.
Me hubiera gustado pillar un “cambio de casa”, ese momento en que el animalillo ya ha crecido tanto que necesita una habitación más grande. Debe ser un momento muy personal, en que por unos momentos, el cangrejo deja ver sus partes más íntimas, esas que siempre quedan dentro la caracola, algo así como “quedarse en pelotas”.
Por el momento me contento con una grisácea puesta de sol en la playita de los bernard l’ermite, como es como llaman aquí a esos monstruitos.
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