domingo, 18 de marzo de 2012

Azores

Vila Franco do Campo, São Miguel, Azores. Mi periplo por Macaronesia acaba en las Azores, ese archipiélago portugués al que a menudo asociamos la palabra anticiclón. Pero como proclaman muy acertadamente las agencias que promocionan esas islas: “Azores, algo más que un anticiclón”.

¿Azores? ¿Açoures? Se equivocaron los navegantes portugueses; aquí no hay ningún azor; las rapaces que se ven son ratoneros. 


La Región Autónoma de las Azores, como se la conoce formalmente, se encuentra en pleno Atlántico, aproximadamente a 1/3 de camino entre Portugal y América. Se extiende 650 km de punta a punta y consta de 9 islas. Estamos en abril de 2009, y me espera una semana santa atlántica, con visita a 4 de sus islas: São Miguel, Terceira, Flores y Faial. Tengo poco tiempo y los vuelos inter-isla son desproporcionalmente caros.
Normalmente, se llega a las Azores en avión proveniente de Lisboa. Lo más común es aterrizar en la isla de Sao Miguel y buscar un hotelito en su capital, Ponta Delgada. Pero dada mi tirria a eso de las ciudades, me alquilo un coche en el aeropuerto y pongo rumbo hacia el este, hasta llegar, una tarde de niebla profunda, a Vila Franca do Campo. Me alojo en un antiguo convento reconvertido en hotel, el convento de São Francisco, en una celda con chimenea. Soy el único cliente, la crisis ya ha calado fondo.

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