Sete cidades, São Miguel, Azores. Hoy es mi último día en São Miguel. Lo dedico a explorar la parte oeste, quizás la más conocida de la isla por su espectacular belleza y su vegetación exuberante.
Sin duda el punto de atracción es Sete Cidades, un pueblo pequeño, tranquilo, encantador, rodeado de prados. Está situado en el fondo de un cráter, entre dos lagos. La vista desde arriba, en el Mirador do Rei, es la imagen icono de las Azores.
Una vez abajo, se respira una profunda tranquilidad. Unos jóvenes hacen kayac en el Lagoa Azul. Yo me estiro en el prado, rodeado de lirios, disfrutando de la calma.
Todo está verde, verdísimo. Hace un sol radiante y los canarios cantan con rabia. Por cierto, los canarios salvajes no son como los que estamos acostumbrados a ver en las jaulas, dorados o blancos, nada de eso, son verde-amarillentos, con motas en los flancos, parecidos a nuestros verdecillos. Eso sí, cantan igual de bien.
La carretera remonta las paredes del cráter para mostrarnos su vertiente atlántica, con sus pueblos, costas y peñascos. Abajo quedan el Faro de Punta Ferraria, y la población de Mosteiros, con sus farallones.
Resignado, debo despedirme de la isla: esta misma tarde vuelo a Terceira.
Sin duda el punto de atracción es Sete Cidades, un pueblo pequeño, tranquilo, encantador, rodeado de prados. Está situado en el fondo de un cráter, entre dos lagos. La vista desde arriba, en el Mirador do Rei, es la imagen icono de las Azores.
Una vez abajo, se respira una profunda tranquilidad. Unos jóvenes hacen kayac en el Lagoa Azul. Yo me estiro en el prado, rodeado de lirios, disfrutando de la calma.
Todo está verde, verdísimo. Hace un sol radiante y los canarios cantan con rabia. Por cierto, los canarios salvajes no son como los que estamos acostumbrados a ver en las jaulas, dorados o blancos, nada de eso, son verde-amarillentos, con motas en los flancos, parecidos a nuestros verdecillos. Eso sí, cantan igual de bien.
La carretera remonta las paredes del cráter para mostrarnos su vertiente atlántica, con sus pueblos, costas y peñascos. Abajo quedan el Faro de Punta Ferraria, y la población de Mosteiros, con sus farallones.
Resignado, debo despedirme de la isla: esta misma tarde vuelo a Terceira.
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