Saint-Pierre, Martinique. Transcurrido un día completo de navegación, desde Cumberland Bay en San Vicente hasta nuestra ya familiar Marigot Bay en Santa Lucía, el trayecto comienza a oler a final. Al día siguiente visitamos la capital del país, Castries y nos despedimos de la tripulación del Passat. Un taxi nos lleva hasta Mon Repos, en la costa este. Allí organizamos una cena de despedida en el hotel, el Fox Grove Inn.
Pero mi periplo por esta zona del globo no acaba aquí. Al día siguiente cojo un avión para Martinica, alquilo un coche en el aeropuerto y me dedico a explorar la isla de arriba a abajo durante una semana.
Martinica es Francia, igual que París, Marsella o Lyon. No es una colonia o un territorio de ultramar como Polinesia Francesa o Nueva Caledonia. No, esto es Europa, aunque por su aspecto y clima cueste creerlo. El ejemplo más cercano que se me ocurre son las Canarias, que son tan españolas y europeas como Murcia.
En Martinica vive casi medio millón de personas, en una superficie el doble de Ibiza, así que están un poco apretados...bueno, como en Bélgica, pero con más sol. Eso sí, el aspecto de los martinicos es muy diferente a los zoreys, que es como llaman aquí a los franceses de Europa. Un 80% son negros o mulatos, un 15% indios (los coolies) y el 5% restante europeos.
Desde el aeropuerto de la capital Fort-de-France, me dirijo hacia el norte por una carretera que transcurre por el interior hasta Morne-Rouge, el pueblo más elevado de la isla y situado en las faldas de La Montaigne Pelée de 1397 m de altitud. El volcán ha aterrorizado la isla en cuatro ocasiones, especialmente en 1902 cuando una erupción repentina destruyó literalmente Morne Rouge y la población costera de Saint-Pierre, llevándose 26.000 vidas. Precisamente allí, a Saint-Pierre me dirijo.
Situada en una hermosa bahía, Sain-Pierre fue la antigua capital comercial de la isla. Fue fundada en 1635, cuando Belain d'Esnambuc, acompañado de un centenar de colonos, construyó un fuerte. La ciudad prosperó rápidamente hasta el siglo XIX, cuando contaba con más de 30.000 habitantes. Fue una de las ciudades más bellas, más ricas y más refinadas de las todas las Antillas, lo que le valió el sobrenombre de Paris des Petites Antilles. Desgraciadamente, unos años después era arrasada por un río de lava que descendió en menos de un minuto desde el vecino volcán de Montaigne Pelée. La mayoría de monumentos quedó bajo la lava. Algunos, como la Casa de la Bolsa, se volvieron a erigir en 1992:
Pero mi periplo por esta zona del globo no acaba aquí. Al día siguiente cojo un avión para Martinica, alquilo un coche en el aeropuerto y me dedico a explorar la isla de arriba a abajo durante una semana.
Martinica es Francia, igual que París, Marsella o Lyon. No es una colonia o un territorio de ultramar como Polinesia Francesa o Nueva Caledonia. No, esto es Europa, aunque por su aspecto y clima cueste creerlo. El ejemplo más cercano que se me ocurre son las Canarias, que son tan españolas y europeas como Murcia.
En Martinica vive casi medio millón de personas, en una superficie el doble de Ibiza, así que están un poco apretados...bueno, como en Bélgica, pero con más sol. Eso sí, el aspecto de los martinicos es muy diferente a los zoreys, que es como llaman aquí a los franceses de Europa. Un 80% son negros o mulatos, un 15% indios (los coolies) y el 5% restante europeos.
Desde el aeropuerto de la capital Fort-de-France, me dirijo hacia el norte por una carretera que transcurre por el interior hasta Morne-Rouge, el pueblo más elevado de la isla y situado en las faldas de La Montaigne Pelée de 1397 m de altitud. El volcán ha aterrorizado la isla en cuatro ocasiones, especialmente en 1902 cuando una erupción repentina destruyó literalmente Morne Rouge y la población costera de Saint-Pierre, llevándose 26.000 vidas. Precisamente allí, a Saint-Pierre me dirijo.
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