


Al atardecer, durante la puesta de sol, suena el Tannhäuser de Wagner por los altavoces. Se produce una sinergía entre esta música y el paisaje que te transporta a lugares inusitados. ¡Qué bien se lo saben!
Por la noche, la cena es compartida en una gran mesa dispuesta en el porche. Cada unos se sirve su plato y se sienta donde más le apetece. De repente me encuentro cenando entre un par de chicas de doradas cabelleras que parecen conocer todos los Club Meds del planeta: que si el de Bora Bora, que si el de Turks & Caicos, que si el de Bali..."vaya, ¿y no sabéis qué es el Tannhäuser, decís?".
Al acabar la cena, se retira la mesa y el lugar se transforma en una pista de baile. Wagner es substituido por los Bee Gees y la gente se empieza a desmelenar a medida que van fluyendo los litros de etanol, en este caso, en forma de ron martinico.
Al día siguiente, mi cabeza da más vueltas que el malecón.

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