Sainte-Anne, Martinique. Poco me imaginaba yo que me alojaría alguna vez en un Club Med. Y mira, aquí estoy, en Les Boucaniers de Martinica, rodeado de franceses súper fashion que se pasean por las instalaciones con el cuello de su polo Lacoste levantado, jersey por los hombros, bermudas a cuadros y calzado náutico ¿saes? Osea, el lugar es divino de la muerte, en plan...super cool...¿saes? con ese mega pedrusco de fondo...tan fuerte...
Más o menos esa sería la traducción del francés al pijostellano. Pero debo decir que se respira un ambiente tranquilo, agradable y respetuoso. Durante el día te bañas, buceas, haces un poco de snorkling, lees... en definitiva, te relajas, que después de tanto coche se agradece mogollón.
Al atardecer, durante la puesta de sol, suena el Tannhäuser de Wagner por los altavoces. Se produce una sinergía entre esta música y el paisaje que te transporta a lugares inusitados. ¡Qué bien se lo saben!
Por la noche, la cena es compartida en una gran mesa dispuesta en el porche. Cada unos se sirve su plato y se sienta donde más le apetece. De repente me encuentro cenando entre un par de chicas de doradas cabelleras que parecen conocer todos los Club Meds del planeta: que si el de Bora Bora, que si el de Turks & Caicos, que si el de Bali..."vaya, ¿y no sabéis qué es el Tannhäuser, decís?".
Al acabar la cena, se retira la mesa y el lugar se transforma en una pista de baile. Wagner es substituido por los Bee Gees y la gente se empieza a desmelenar a medida que van fluyendo los litros de etanol, en este caso, en forma de ron martinico.
Al día siguiente, mi cabeza da más vueltas que el malecón.
Más o menos esa sería la traducción del francés al pijostellano. Pero debo decir que se respira un ambiente tranquilo, agradable y respetuoso. Durante el día te bañas, buceas, haces un poco de snorkling, lees... en definitiva, te relajas, que después de tanto coche se agradece mogollón.
Al atardecer, durante la puesta de sol, suena el Tannhäuser de Wagner por los altavoces. Se produce una sinergía entre esta música y el paisaje que te transporta a lugares inusitados. ¡Qué bien se lo saben!
Por la noche, la cena es compartida en una gran mesa dispuesta en el porche. Cada unos se sirve su plato y se sienta donde más le apetece. De repente me encuentro cenando entre un par de chicas de doradas cabelleras que parecen conocer todos los Club Meds del planeta: que si el de Bora Bora, que si el de Turks & Caicos, que si el de Bali..."vaya, ¿y no sabéis qué es el Tannhäuser, decís?".
Al acabar la cena, se retira la mesa y el lugar se transforma en una pista de baile. Wagner es substituido por los Bee Gees y la gente se empieza a desmelenar a medida que van fluyendo los litros de etanol, en este caso, en forma de ron martinico.
Al día siguiente, mi cabeza da más vueltas que el malecón.
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